jueves, 4 de diciembre de 2008

El GuardiáN del MaR (I)





Hemos sido los primeros en llegar, todavía falta más de media hora para la reserva de la mesa. Casualmente, los dos hemos pensado llegar un poco antes para ver la puesta de sol sobre el mar. Paseamos en silencio, uno al lado del otro, sin mirarnos, yo pensando en ti, y tú, ahora lo sé, pensando en mí. Te detienes ante el murete con la intención de sentarte, indicándome con los ojos que me acerque a tu lado. Con la mano sacudes un poco la superficie de la piedra del muro para quitar restos de arena antes de sentarnos. Hoy el mar está bravo y el sonido de las olas al romper se amplifica entre las rocas. El sol está ya muy bajo, y por suerte no hay nubes en el horizonte que nos impida ver el ocaso. El cielo ha pasado de azul a magenta, luego a rosa y finalmente a naranja, transformando el horizonte vespertino sobre el perfil de las rocas en una preciosa postal. Con la mirada en el infinito, te susurro que me encanta el mar cuando el sol va desapareciendo poco a poco, invitando a las olas a engalanarse de espuma para bailar al son de una bella melodía y dar la bienvenida a la luna. Suspiras, y con tus dedos acaricias mi mano que está junto a la tuya. A veces pienso cuando te miro que eres mi guardián del mar, de mi mar, que cuida cada movimiento de las olas para que por las noches hablen para mí, envolviendo mi mente y llenándola de historias que quedaron perdidas entre sus aguas y el tiempo… Compruebas el reloj y me dices que ya es casi la hora. Nos levantamos y hacemos el camino inverso, también en silencio. Dos coches se detienen junto a nosotros, es el resto del grupo que ya se dirige hacia el restaurante. Nos recogen y llegamos en pocos minutos. Allí nos acomodan en una gran mesa y tú eliges sentarte frente a mí. Después de cenar nos repartimos en los coches y yo cojo el mío, por si decides venir conmigo. Pero no sabías que iba a cogerlo, así que te quedas en el que ya habías subido. Conducimos hasta el puerto y nos quedamos allí, en una fiesta particular de unos conocidos del anfitrión. Sobre las tres de la madrugada ya empiezo a acusar el cansancio, y comienzo a despedirme de todos. El último tú. Ante mi sorpresa, hacía rato que estabas esperando a que me marchase para aprovechar la ocasión y pedirme que te acerque a casa.

Durante el trayecto volvemos a pasar por el lugar donde hace unas horas estábamos sentados. Me preguntas si me apetece parar un momento, y te digo que sí. Pero no nos quedamos allí, sino que bajamos hasta la playa desierta. Nos sentamos entre las barcas varadas en la arena y, recostándote de lado con la cabeza apoyada sobre tu mano, comienzas a hablar. Me preguntas si sabía que hoy es la noche propicia para ver la lluvia de estrellas de verano conocida como Las Perseidas o Lágrimas de San Lorenzo. Sí lo sabía, pero me encanta escuchar tu voz así que te dejo continuar. Prosigues diciendo que este año, el fenómeno coincide con fase de Luna Nueva y que la ausencia de luz lunar y la máxima oscuridad favorecerán su observación. Me comentas que este evento tiene su origen en la constelación de Perseo, y me haces una breve explicación del fenómeno. Terminas diciendo que es hora de tumbarse y de observar, y que si veo alguna estrella caer puedo aprovechar para pedir un deseo. Nos echamos boca arriba sobre la arena para contemplar la grandeza del firmamento, en la oscuridad de la playa. Las barcas nos arrinconan en un improvisado refugio oculto a las miradas indiscretas, con el sonido del viento acompañando la melodía de las olas. A tu lado, mi mente se evade irremediablemente hacia miles de fantasías deseosas de ser compartidas contigo.

Tu voz me susurra al oído: “Ayer soñé contigo, y conmigo…pura fantasía”. Te contesto citando una frase idónea para la ocasión: “hay que inyectarse todos los días una buena dosis de fantasía, para no morir en la realidad.” Aunque sea soñando...

Y después, tus labios acercándose a los míos lentamente. Tu boca se queda a escasos milímetros de la mía, acelerando mi pulso. Tus ojos preguntan si puedes besarme. Los míos te lo confirman cerrándose. Y en un instante tu lengua se entrelaza a la mía, mientras tu brazo pasa sobre mi cuerpo para hacerme prisionera de tu deseo. El tiempo se detuvo. No recuerdo cuánto estuvimos allí besándonos, cuántas veces tus labios rozaron mi cuello, cuántas veces tus dedos pasearon por mi cuerpo, hasta casi hacerme perder el aliento.

Tus manos me van desnudando lentamente, las mías se apartan para dejarte hacer. Tiemblo, de deseo, al sentir tu boca en mi piel. Mordisqueas mis pechos, mientras tus manos suben hasta las mías para sujetarme y someterme sutilmente a tu voluntad. Notas que me gusta, y excitado empiezas a recorrer mi cuerpo, con sumo cuidado, mientras yo me dejo llevar por esa ola de calor, que me quema y me deja a tu merced…  

El GuardiáN del MaR (II)


Tecleando lentamente las letras del portátil para contestar tú ultimo mensaje, me llega el recuerdo de tu voz, de tus ojos, de tu olor... Termino de escribir la frase y lo releo todo una y otra vez, antes de tocar la tecla de envío.

Ni demasiado evidente ni demasiado sutil. Y al apretar la tecla me imagino todas esas palabras agolpadas intentando pasar a través de un minúsculo túnel, iluminado por pequeños chispazos con cada letra que lo roza. Y al llegar a su destino te ilumina la pantalla, como una bomba a punto de estallar, impaciente por dejar su carga, palabras ansiosas por cumplir su misión de ser leídas.

Apago el ordenador y me quedo un rato en la silla, con las piernas encogidas sobre el asiento y la cabeza apoyada sobre las rodillas. Pienso que ha sido un día rápido, apenas he comido pero no tengo hambre. No sé cuanto rato ha debido pasar desde que me acurruqué en la silla pero un ladeo de cabeza me indica que me había quedado dormida.

Suena el interfono de casa, con un zumbido rápido. Sólo uno. Voy lentamente hacia la puerta y pregunto quien hay. “Soy el guardián del mar”

He reconocido tu voz. Abro y dejo la puerta entornada, esperándote tras ella. Oigo tus pies descalzos deslizarse sobre cada escalón, en un sonido amortiguado por tu tarareo cantarín. Apareces por la puerta, con los zapatos en una mano y en la otra un libro. Mi libro. Y sin entrar me lees en alto la dedicatoria que escribí:

“En el diálogo que las olas tienen con las rocas escuché tu nombre. En el murmullo de la espuma que el mar deja sobre la arena reconocí tu voz. En las pisadas que quedaron hoy en la playa vi tu caminar. Y entonces supe que tú también habías estado allí. Es la huella que dejas al pasar lo que amo de ti”

Dejas tus zapatos en el suelo y empujas lentamente la puerta para descubrirme tras ella. La cierras y te quedas allí mirándome. Sin parpadear aguanto tu mirada y te regalo una tímida sonrisa. Me coges una mano y acercándote me dices “Vístete, nos vamos”.

Subimos a tu coche y nos vamos carretera arriba hasta el faro. A unos pocos metros de donde dejamos el coche hay una casa y un refugio de madera. Bajo sus cimientos, un abrupto y escarpado acantilado. Hace mucho viento y me ves tiritar. Te acercas y me rodeas con tus brazos, caminando lentamente hacia la casa. Ya me habías comentado que vivías en un sitio peculiar, pero nunca imaginé un lugar así. Entramos y enciendes la luz. Sin soltarme me conduces hasta una escalera que acaba en una puerta de color blanco. Antes de entrar coges mi cabeza entre tus manos y me besas, un beso tras otro van cayendo sobre mi boca.

Al encender la luz tras esa puerta, veo una amplia habitación, casi vacía. En el centro, una cama con un gran dosel con columnas barrocas de caoba negro y sábanas de raso rojo. Las paredes pintadas en blanco y negro, ocultando la puerta que da acceso a la estancia. Un columpio-hamaca cuelga del techo, frente a un gran espejo. En una esquina un tocador sobre el que hay un collar negro de cuero, y unas cintas de terciopelo con muñequeras para sujetar a la cama... Al lado, una nota en papel de seda blanco, doblado por la mitad, con la palabra clave para poner fin al juego en el momento en que se desee.

“Duerme conmigo esta noche” me pides mientras apartas mi pelo de la nuca para besarla. No puedo negarme, un intenso deseo recorre mi cuerpo y no quiero que acabe. Será la última vez, lo sabes, lo sé. Coges el collar y lo abrochas alrededor de mi cuello aprovechando que ya lo habías dejado al descubierto para besarlo.

Luz tenue de velas y olor a incienso de coco. Me desnudo lentamente mientras observas sentado en el suelo. Te deleitas con cada movimiento que mis manos hacen sobre mi cuerpo. Sólo me dejo un corpiño de cuero negro ajustado al talle, con una cremallera delantera para dejar al descubierto la piel a medida que avance tu juego. Sin ropa interior. Te espero tumbada sobre las sábanas de raso rojo, recostada sobre mi espalda. Te acercas para besarme y me tapas los ojos con un suave antifaz. Lo último que veo son tus ojos. Y me dejo llevar, en los brazos del placer. Suena de fondo “Roads” de Portishead.

Y empieza el juego.  

El GuardiáN del MaR (III)



Con los ojos tapados se agudizan mis sentidos. Oigo tus pasos alrededor de la cama. Te sientas al lado. No dices nada. Me miras, sé que me estás mirando. Te gusta observarme mientras estoy a tu merced, indefensa, callada, sumisa. Acaricias mi mano derecha y sujetando la muñeca abrochas una cinta de terciopelo alrededor. Besas la palma de la mano y la dejas caer suavemente sobre la sábana para atar la cinta al dosel. Te levantas y te oigo rodeando la cama para situarte al otro lado, pero no te sientas. Sigues callado, yo también. Me dejo llevar por los pensamientos y te imagino arrodillado en el suelo, junto a mí, mientras vas recorriendo mi brazo con tus dedos, muy despacio, hasta mi cuello, para volver a bajar cogiendo mi mano y sujetarla con otra cinta al dosel.

Mi respiración se agita, un beso en los labios me saca de mis pensamientos y me devuelve a la habitación. Noto el aliento de tu boca caliente cerca de mi piel, recorriéndola sin tocarla, desde mi cuello hasta los dedos de mis pies.

Necesito el roce de tus manos en mi cuerpo, sentir tus labios jugando en él, mientras te pido un beso que calme esta necesidad incontrolable que tengo de ti.

Me besas, mordisqueando mis labios. Mi respiración se acelera cada vez más, y eso te excita y te provoca. Huelo tu piel, oigo tus dedos deslizándose por mi cuerpo, noto tu lengua ardiendo, lamiendo, explorando… Lo haces dulce, tranquilo, suave, casi sin rozarme. Juegas con tu boca entre mis piernas, agarrando fuerte mis caderas. Mi voz resuena tímidamente en la habitación, susurrando tu nombre. Me devoras con tus labios.

Se acaba nuestro tiempo y también el juego. Te dejas caer sobre mí, y empiezo a notar tu balanceo, mientras lentamente nuestros sexos chocan insaciables. Te siento al ritmo de la música, de mis gemidos, de tu respiración jadeante, de tu sexo, de tu deseo, de mi deseo… Me destapas los ojos, para que mire los tuyos. Sabes que me gusta ver tu mirada mientras, y ver el brillo de tus pupilas, recordarte cuando no estés, para memorizar cada detalle de tu piel cuando se confunde con la mía, porque tú crees que lo que no se recuerda no existe…

Me desatas las manos y te quedas recostado a mi lado. Me incorporo y me deshago del corpiño, ofreciéndome ante tus ojos, sintiéndome frágil. Cuando me miras, mis piernas tiemblan y se estremecen. Nuestros labios se acercan, mis manos exploran, saboreo tu cuello mientras tus manos rodean mi espalda. Tu boca calma mi sed y mi cuerpo se adosa al tuyo formando uno. Siento tu sexo entre mis piernas, mi boca pegada a tu oído deja fluir mis jadeos y noto como me agarras más fuerte. Tumbado ante mí, me apodero de tu cuerpo, me acomodo en tu regazo y dejo que tu sexo me encuentre. Con mis manos te agarro y te empujo dentro, navegando juntos sobre las sábanas, entre pasiones y deseos, entre momentos de placer intensos.

Recuerdo tus palabras cuando nos conocimos. Nunca una frase se aproximó con tanta exactitud a la realidad:

“El sexo, el amor y el dolor son experiencias límite. Solamente aquél que conoce esas fronteras conoce la vida… El resto es simplemente pasar el tiempo, es repetir una misma tarea, es envejecer, es morir sin saber realmente lo que se está haciendo aquí”

Antes de dormirnos, te acaricio lentamente, recorriéndote con mis dedos para memorizarte. Con mi boca dibujo tu piel. Con mi lengua pinto tu carne. Para no olvidarte...

martes, 10 de junio de 2008

GrandeS EsperanzaS (I)

-parte I-                                    (ver parte II)

Nada más entrar echo un vistazo buscando una mesa libre. Te veo sentada en ese rincón, con las piernas cruzadas y una mano sujetando la frente, sumergida en un libro. Una taza en la otra mano, a medio camino entre la mesa y tu boca. Como cada día, me siento enfrente, ni lejos ni cerca, lo justo para cruzar nuestras miradas de vez en cuando. Me pido un café y un poco de agua. El camarero me tapa; cuando se aparta ya no estás, pero tus cosas siguen en la mesa. A mi izquierda oigo una voz, casi un susurro, que me pregunta si puede coger el diario que alguien dejó doblado sobre la mesa. Eres tú la que me habla, sin parpadear, sonriendo y extendiendo la mano. Sonrío sin decir nada y asiento con la cabeza. Lo cojo para entregártelo y (sin querer) rozo tu mano. Un escalofrío recorre mi brazo enviando una señal por todo mi cuerpo. Ahora he visto tus ojos de cerca, preciosos, pequeños, redondos, muy verdes. Te alejas y te giras un segundo para dar gracias sin decir nada. Cojo mi taza y cada sorbo de café me sabe diferente con cada mirada tuya.
Haces que lees, un segundo levantas la vista y otro después la bajas para volver al diario. ¿Me acerco yo o vienes tú? Mejor ven tú. Y te sientas a mi lado, con un "¿Puedo?" para quedarte. Nos presentamos (por fin) después de tantos meses observándonos. Tus dos besos en mis mejillas, tan cerca de mi boca, me han ruborizado. Conversamos brevemente, abres tu bolso y me das una tarjeta con tu nombre, en la que anotas a mano un número de teléfono móvil. Coges mi mano y, girándola hacia arriba, depositas la tarjeta deslizando tus dedos sobre los míos. Tu contacto me ha electrizado. Te acercas a mi oído, casi besándolo, y susurras "Me encantaría cenar contigo". Tus palabras han sido como un beso fugaz, que han encendido en mi interior una chispa de curiosidad. Te levantas y tocando sutilmente mi espalda te diriges a tu mesa para coger tus cosas y te vas, no sin antes decir "Al café hoy te invito yo".

GrandeS EsperanzaS (II)

-parte II-                                   (ver parte I)

Ha transcurrido toda la semana en un soplo, como un chasquido de dedos. No hemos vuelto vernos desde la mañana del martes, pero he pasado estos días pensando en ti, en tus ojos, en tus manos, recordando el contacto electrizante de tus dedos en los míos. Y he pensado “¿por qué no?”

Ya es media tarde, me marcho a casa. Entre dudas pienso ¿te llamo ahora? ¿te llamo más tarde? ¿cuándo te llamo? Al final decido enviarte un mensaje al número de teléfono que anotaste. Tardas en responder una eternidad, aunque en realidad sólo han sido unos minutos. No te respondo al mensaje todavía, indecisa y desconcertada. Entonces el teléfono suena en mi mano, vibra mientras la pantalla se ilumina intermitentemente mostrando tu nombre, con un insistente parpadeo. Me sudan las manos, se me resbala el teléfono pero lo cojo al vuelo antes de que toque el suelo. Trago saliva, cierro los ojos y respondo “Hola”. Y a partir de esas palabras todo fue rodado…

Me he dado un baño, relajante y caliente; me he vestido y perfumado para ti. He salido de casa y he subido al coche. He conducido hasta tu casa, la he encontrado en seguida. Aún no ha anochecido del todo, y desde tu ático se ve todo el horizonte iluminado, y el mar al fondo. La brisa trae el sonido del ajetreo del puerto, y una mezcla de músicas en la lejanía. En esta terraza me siento como en casa. Esta noche hace calor, las nubes han tapado durante todo el día el cielo, atrapando olores, sonidos, sopor, calor, humedad, quedándose todo flotando en el ambiente nocturno.

“Ven, acércate aquí” me dices tumbada en la hamaca. Llevas una camisola blanca, dejando entrever la redondez de tus pechos a través del escote, transparentado la sombra de tus pezones, pero no acierto a intuir si llevas o no ropa interior. Vas descalza y con el cabello recogido. Me tumbo en la hamaca contigua, me descalzo yo también y dejo mi vaso en el suelo. Tu mascota (un labrador precioso) se acerca curioso a husmear, metiendo su hocico en mi mano y olisqueando el vaso vacío que acabo de dejar. Se aleja satisfecho al comprobar que soy de fiar. De tu salón salen las notas de la canción “Angel” de Massive Attack. Me encanta que hayas escogido esta música para mí. Me incorporo y me siento, para poder tocar tu piel. Ya es noche cerrada, y aunque hay luna llena las nubes la tapan. Las velas estratégicas que has encendido muestran sombras sugerentes sobre el suelo y la pared. Me arrodillo a tu lado, sobre uno de los cojines de la hamaca, y dejo caer mi mano sobre tu rodilla. La humedad del ambiente evita que mi mano se deslice suavemente, y mi torpeza nos hace reir. Eso rompe un poco la tensión a mi alrededor. Y me dejo llevar. Y te dejas hacer.

Consciente de la situación que mi roce ha desencadenado, elijo el momento propicio para besarte, justo cuando sueltas la horquilla que sujetaba tu pelo. Pero tú ya lo esperabas porque me has recibido con la boca entreabierta, ofreciendome tu lengua. Este contacto me estremece y me entrego al deseo que sale a borbotones por todos los poros de mi piel. La tuya me sabe a miel. Me sujetas la cabeza con tus manos, para cerciorarte de que no voy a escapar. Mis brazos bajan tímidamente por tu espalda y se colocan rodeando tus pechos. Noto la turgencia entre mis manos, tus pezones desafiantes correteando entre mis dedos. Sin dejar de besarme, suena un gemido ahogado en tu boca. Y mi pulso se acelera, mientras mis pensamientos se debaten entre lo convencional y lo desconocido. Ahora puedo comprobar que tú ya lo sabías porque no llevas ropa interior.

Los movimientos se suceden con fluidez, entre besos y más besos, lenguas dentro y fuera, roces de dedos como serpientes, ropa que desaparece, gemidos convertidos en tímidos jadeos, de pie, de rodillas, sentadas, tumbadas… y por fin la máxima expresión de la energía canalizada en un orgasmo casi dual.

Tras recuperar el aliento me preguntas sonriendo “¿te apetece comer algo”. Y casi sin poder hablar te respondo “¿en qué estás pensando?”. Y guiñándome un ojo me extiendes la mano y me llevas adentro. 

sábado, 17 de mayo de 2008

SueñO de una NochE de PrimaverA… (I)

-parte I-                                          (ver parte II) (ver parte III)


El tren está entrando a la estación. Tras unas horas de viaje, que se han hecho eternas, por fin llego a destino. Cojo la mochila, impaciente por bajar, y nerviosa por verte. En cuanto desciendo al andén mis ojos revisan rápidamente alrededor intentando reconocerte. Tú has sido más rápido que yo, pues estás justo enfrente, con los brazos cruzados y una amplia sonrisa en tu cara. Me has reconocido y te acercas. Tras un “hola” viene un efusivo abrazo y luego estampas un generoso beso (que no esperaba) en mi boca. “Me alegro de conocerte por fin” me dices, y tras un ademán para coger mi mochila te digo que no hace falta.

Caminamos despacio hacia la salida, mirándonos de vez en cuando y sonriendo a la vez, sin decir nada. Eres tú quien apaga el silencio, y como aún es pronto me sugieres ir a tomar un tentempié antes de quedar para la cena. Acepto encantada, todavía incrédula de estar aquí. Bajamos varias calles, dejando la estación atrás, camino de mi hotel; nos detenemos en un pequeño bar con una terraza improvisada en una plaza. Nos sentamos y rompes el hielo. Hablamos del viaje, de banalidades, de adónde me vas a llevar a cenar; te veo hablar y sonreir, y me miras. Esa mirada, me mata. Desconecto un segundo, perdida en esos ojos penetrantes que escudriñan todo mi cuerpo, haciéndome sentir vulnerable. Después de tres cañas y unos montaditos un poco secos, no me dejas pagar y nos levantamos.

Mi hotel está cerca de la estación, así que tardamos poco en llegar. Nos despedimos en la puerta y quedamos en vernos allí mismo en un par de horas. Me das un beso en la mejilla y te quedas mirando como entro. Te saludo a través del cristal de la puerta y me dirijo a recepción. Cuando me giro ya no estás, y un suspiro sale de lo más hondo de mi interior. No puedo dejar de sonreir, me sudan las manos y siento un nudo en el estómago. Llego a la habitación y me acomodo en la cama; tengo tiempo de hacer una siesta antes de ducharme, así que cierro los ojos. En ese momento suena un mensaje en el móvil: “¿en qué habitación estás?” preguntas. Te contesto, un poco asustada por si decides subir en ese instante. Pero no subes,  todavía no.

Tras una hora (una larga hora) me desperezo, me ducho y me visto tranquilamente. En diez minutos suena el teléfono: “hola princesa, ¿estás preparada?”. Me doy un último vistazo en el espejo y pienso que quizá haber traído esta falda tan corta no ha sido buena idea. Cierro la puerta y aprieto el botón del ascensor. Cuando llega y se abre la puerta ¡sorpresa! allí estás tú, de nuevo mirándome fijamente (ummmmm esa mirada). “¿Me enseñas la habitación?” preguntas saliendo del ascensor. Mi corazón da un vuelco y mi estómago se encoje. Te contesto “claro, ¿vamos bien de tiempo?” y riendo me respondes “tranquila, no muerdo”. Me sigues hasta la puerta, la abro y te invito a entrar. Te diriges directamente hacia la ventana, desde donde se ven algunos tejados y las antenas de una parte de la ciudad. “Bonita vista” te digo; “me gusta más lo que veo cuando te miro” respondes. Silencio. Sonrío tímidamente. Te sientas en el borde de la cama y con un gesto de tu mano me sugieres que me acerque. Me planto delante de ti, los dos muy callados, sin dejar de mirarnos. El único sonido que se oye es el tráfico de la calle. Separas las piernas y, sin levantarte, me colocas entre ellas. Apoyas tu cabeza en mi estómago mientras noto tus manos subiendo lentamente por mis piernas. Rozas el final de las medias en mis muslos y sigues subiendo hasta tocar la piel que queda entre las medias y el culotte de mi ropa interior. Levantas un poco la camiseta y besas el resquicio de piel que queda al descubierto entre la falda y la cintura, con un roce casi imperceptible de tus labios. Y un pequeño gemido se escapa de los míos. Me miras de nuevo, y apartándome un poco me dices “Vamos a cenar. Si te apetece después sigo…” Y levantándote de la cama me pasas un brazo por el hombro, un beso y nos vamos. En el ascensor no dejas de mirarme, apoyado en el espejo y con los brazos cruzados. “¿Nerviosa?” preguntas, “mucho” respondo. “Tranquila, aunque no lo parezca, yo también”. Eso me tranquiliza bastante y me relajo un poco. Al salir del hotel agradezco que me cojas la mano y caminamos hacia la esquina para buscar un taxi. Conversamos un poco durante el trayecto y en pocos minutos llegamos al restaurante, un local muy amplio, de comida italiana. Nos bajamos; no me has dejado pagar esta vez tampoco.

Entramos y nos acomodamos en la zona de no fumadores (por supuesto); pedimos, cenamos, hablamos, bebemos y nos vamos. “¿Qué te apetece hacer?” preguntas. Y te reto “sorpréndeme”. Y vuelves a sonreir. Bajas la mirada y casi en un susurro me ruegas en el oído “¿vamos a tu hotel?”. Sin hablar, asiento con la cabeza y empezamos a caminar mientras aparece un taxi. Ya sentados me preguntas “¿porqué has venido?”, y sin mirar te respondo “porque tenía que conocerte”. “¿No te da miedo?” preguntas otra vez, “Mucho, nunca había hecho algo así. Pero ha sido más fuerte la curiosidad de comprobar que la realidad contigo puede ser mejor que cualquier fantasía que pueda imaginar”. Te acercas y me besas; un beso corto, sin lengua, pero húmedo. Noto tus labios calientes sobre los míos. Y me excita. Quiero llegar ya; estoy ansiosa por tocar toda tu piel, por besar y lamer cada centímetro de tu cuerpo. Subimos a mi habitación, impacientes, en el ascensor.

Sueño de una Noche de Primavera… (II)

-parte II-                                          (ver parte III)         (ver parte I)


Entramos en la habitación y se abre un mundo nuevo, desconocido, excitante… estoy temblando. Voy a cerrar la ventana. Oigo tus pasos tras de mí. Me detengo a esperar. Vas acercándote muy despacio hasta que noto tu respiración.

Siento el contacto de tus dedos acariciando mis hombros, perfumados para ti, mientras rozas mi cuello con tu boca. Cierro los ojos un instante para sentir ese contacto intensamente.

Metes tus manos bajo mi camiseta y rozas levemente mis pechos, dibujando su perfil. Deslizas tus manos bajo la falda, sientiendo mi pulso aquí, en lo más profundo de mí. Acercas tus labios, los míos te esperan; sientes mi lengua. Me besas como si fuese la última vez, apretandome fuerte contra tu piel, hasta fundirse en una sóla. Me desabrochas la falda y la bajas, dejándola caer al suelo. Saco los pies de la falda y me descalzo. Me inclinas hacia la cama, hasta tumbarme completamente. Te arrodillas al lado, y me giras para colocarme boca abajo. No dejas de mirarme, de acariciarme, de besarme. Noto el fuego de tu aliento en mi piel. Vas quitando las medias lentamente, deleitandote, mientras vuelves a darme la vuelta, y sin sacar mi camiseta desabrochas el sujetador. Besas mis pechos, mis pezones, mi barriga, y bajas hasta mi sexo. Lo besas, sin quitarme las braguitas, y lo acaricias. Me estremezco, me mareo, siento calor, por dentro, por fuera. No pares.

Me las quitas, y siento la humedad de tu lengua, y el calor de tu boca. Separo un poco más las piernas; quiero tocarme yo también, pero no me dejas. Con una mano sujetas mis manos sobre mi cabeza mientras con la otra me tocas, me masturbas... Y entonces… el placer, el orgasmo, mis gemidos, tu respiración, mis fluídos, tu saliva…

Te incorporas y te desnudas, colocándote sobre mí. Estoy aturdida pero quiero más, quiero probarte. No me dejas. Te pones un condón. Sigues jugando, y masturbando, pero ahora ya no es tu mano. Y te siento dentro, despacio, lentamente, y te oigo gemir. Eso me excita todavía más. Te empujo, más adentro, y acompaño tu ritmo. Un vaivén de movimientos acompasados, con besos, con lenguas, con manos… gemidos, suspiros, susurros… segundos, minutos…

Te quedas recostado sobre mi pecho, jadeando, y te apartas a un lado. Me miras y sonríes. Yo también te sonrío. Una y otra vez. Sigo temblando, pero ya no es de temor sino de un inmenso placer que me ha recorrido de la cabeza a los pies.

Vas al baño, nos turnamos. Mientras salgo me preguntas si tomo algo fresco, cualquier cosa con hielo me vale. Te doy una tregua. Te cuento un chiste. Me tumbo de lado apoyando mi cabeza sobre mi brazo derecho, mirándote aquí a mi lado, sentado con las piernas cruzadas. Desnudo, sólo para mí. Me giro y tomo un cubito del vaso que me has dado, y lo meto en mi boca. Me has leído el pensamiento, porque acto seguido te tumbas y me invitas a probar. Me coloco sobre ti y te beso, pasando a tu boca el cubito helado. Un par de chupadas y me lo devuelves. Lo mantengo unos segundos en mi boca, dándole vueltas, enfriando mi lengua. Cuando está bien fría empiezo a lamer tu cuello, tu vello se eriza. Bajo hasta tus pezones. Dejo caer el cubito y lo deslizo, sobre cada uno de ellos, lamiendo el agua que deja a medida que se va derritiendo sobre tu piel caliente. Luego lo mastico hasta que desparece. Se acabó el cubito, pero mi lengua fría sigue bajando; noto tu erección sobre mi pecho. Y bajo un poco más. Primero un beso, luego un roce de lengua, por la punta, por arriba, por abajo. Tu piel quema en mi lengua que empieza a perder frío a medida que chupo y lamo un poco más. Quieres tocarme, pero ahora soy yo la que no te deja. Y sigo complaciéndote, un poco más rápido. Hasta que me dices que pare. Entonces cojo otro condón y te lo pongo. Y me siento encima, sintiéndola dentro otra vez. Esta vez marco yo el ritmo, y me deleito. Tú no quejas, así que sigo, y sigo, y sigo…

Me tumbo a un lado, exhausta, jadeante; cuerpos sudados, olor a sexo, placer infinito, lascivo, improvisado.

“Me alegro de haber venido” te susurro. “Yo me alegro más que tú” me respondes. Y me empiezo a quedar dormida, con tu olor en mí. Todo se va borrando hasta que mis ojos se cierran. Sólo noto tus dedos entre mi pelo, hasta que me duermo.

Sueño de una noche de primavera… (III)


-parte III-                                          (ver parte I)       (ver parte II)


La luz entra por la ventana. Abro los ojos y ahí estás, a mi lado, tumbado boca abajo, dormido. Me levanto sin hacer ruido para ir al baño. El espejo me devuelve mi imagen despeinada, desaliñada, pero feliz. Y sonrío yo sóla. Me refresco un poco con una ducha rápida.

Cuando salgo estás despierto, y me acerco. Me das los buenos días y te incorporas. Cuando sales del baño hueles mi piel; “ahora ya no huele a ti, sólo a jabón” te digo. “Eso tiene fácil solución” me respondes. Y me acorralas en tus brazos, besándome de nuevo, encendiéndome otra vez. Me acaricias la espalda, el culo, las piernas, y me susurras que me tumbe otra vez. Yo obedezco, con las mejillas ardiendo. Boca abajo me tocas, ummmm cómo me tocas, buscando una puerta trasera… y la encuentras, y la abres. Primero un dedo, luego dos. Otro condón. Después tú sobre mi, muy despacio, poco a poco, te voy sintiendo; primero dolor, después lentamente placer. Ahora si que me dejas tocarme, con mi mano bajo mi cuerpo, acompañando tus caderas. Esta vez acabas antes que yo. Yo no tardo mucho más.

Ya no vuelvo a ducharme, me llevo tu olor para que me acompañe en el viaje de vuelta. La vuelta, ya me tengo que ir.

Nos vestimos, sin prisa, y bajamos a recepción. Pago mi habitación y con un “buen viaje” me despide el conserje. Salimos a la calle a buscar un taxi. Tengo hambre, pero he de coger el tren.

Ya hemos llegado a la estación; la despedida. Un abrazo muy fuerte, un beso largo, con lengua. “¿Volveremos a vernos?” preguntas. “Quizá. Creo que ha sido inolvidable y creo que también irrepetible…Querer igualar esta noche va a ser difícil…” Te respondo. “Entonces, mejor recordarlo así ¿no?” me dices guiñándome un ojo. Subo al tren y me acomodo. Tarda un poco en salir, pero te esperas. Mientras se mueve te veo alejarte poco a poco, con las manos en los bolsillos. Cuando ya casi no te distingo, me parece ver un beso en tu mano….

Y suena el despertador. Voy al baño y el espejo de casa me devuelve la misma imagen despeinada y desaliñada del hotel. Igual de feliz. Miro el móvil y sorprendida leo un mensaje tuyo: “…de todos modos, me encantaría volver a verte…” ¿No ha sido un sueño? Y sonrío yo sóla, otra vez.