jueves, 10 de diciembre de 2009

ChocolatE

Cuando pienso en él, mi libidinosa mente rebosa deseos inconfesables, llenándose de ideas lascivas que aguardan impacientes para ser hechas realidad. Por fin me había decidido a invitarle a comer a casa. Demasiado tiempo esperando este momento. Sentada frente a él, le observo mientras apura los últimos sorbos del café. Me sonríe y me atrapa con su mirada. La idea de pasar una tarde lujuriosa con él me seduce más que el plan de ir juntos al cine, y no puedo quitármela de la cabeza. Se hace tarde, así que me levanto para meterme en la ducha, en un intento por despejar mi mente y disipar el calor que recorre mi cuerpo. Pero bajo las finas y cálidas gotas de agua, lejos de olvidarme de él, me encendía aún más imaginándonos en tórridas escenas repletas de sensualidad.

Con el rumor del agua cayendo oía la música lejana del comedor. Sonaba Damien Rice y, envuelta en su melodía, pensé cuánto me gustaría que entrara en el baño, y por sorpresa se acercara sigilosamente por detrás para enjabonar mi cuerpo. De pronto noté sus manos acariciando mis pechos, deslizándose poco a poco sobre mi piel y su cuerpo apretándose contra el mío.

Me besaba el cuello dulcemente, mientras se movía detrás de mí arrastrando mis caderas tras las suyas al compás de la música, en un improvisado baile bajo el agua. Sin dejar de movernos, apoyé mis manos en la pared de la ducha y dejé que él siguiera recorriendo mi piel mojada, explorando mi cuerpo con suma delicadeza. Desee que tocara mi sexo. Y su mente leyó mi pensamiento.

Cada roce de sus dedos estremecía mi cuerpo, cada beso de sus labios erizaba mi piel. Sentía el agua caliente cayendo sobre mi espalda y notaba su erección entre mis muslos preparando el camino para complacerme. Sus manos asieron mi cintura y yo arqueé mi espalda. Después el calor de su sexo inundó el mío, y una ola de placer me recorrió de arriba abajo, transportándonos al éxtasis mientras se confundían mis jadeos con los suyos, componiendo una sinfonía de deseo y de placer.

Tras una larga y erótica ducha, nos secamos y salimos del baño. Con un cálido beso rocé sus labios, insinuándole que esto acababa de empezar, y cogiendo su mano le llevé a la habitación. Se quedó tumbado sobre las sábanas revueltas mientras me veía alejarme hacia la cocina. Puse a calentar una tableta de chocolate para fundirla y en un par de minutos volví a la habitación con un tazón lleno de excitante cacao derretido. Lo dejamos enfriar un poco mientras nosotros retomábamos el hilo donde lo habíamos dejado hacía escasos minutos en la ducha. Impregné mi dedo hundiéndolo en el chocolate y dejé caer unas gotas en sus labios. Le besé, buscando su lengua, notando el calor de su boca y la tibieza del dulce y amargo sabor del cacao.

Me incorporé, cogí el tazón y lo dejé sobre la almohada. Volví a hundir mi dedo en el chocolate y empecé a dibujar sobre su cuerpo. En el cuello, en su pecho, en sus muslos, en su sexo… La piel erizada formaba un minúsculo relieve bajo el chocolate. Y empecé a lamer, lentamente, sin apartar la mirada de la suya para ver en sus ojos el reflejo del placer. Colocó sus manos bajo la cabeza y se dejó hacer mientras yo borraba con mi lengua las extrañas formas que había dibujado sobre su piel.

Su boca entreabierta dejaba escapar un leve gemido cada vez que mis labios se aproximaban a su erección, sin tan siquiera rozarla, haciendo crecer aún más su deseo.

Lentamente me fui acercando a la base de su sexo y empecé a subir despacio con la lengua hasta la punta, dejando al descubierto poco a poco la suave y rosada piel que antes cubría el chocolate. Cada paseo de mi lengua iba acompañado de un gemido suyo. Hasta que aceleré el ritmo introduciéndola en mi boca y sus leves gemidos se fueron convirtiendo en una cadencia de jadeos. Seguí complaciéndole hasta que sus fluidos inundaron mi boca mezclándose con el sabor a chocolate que aún permanecía latente en mi paladar.

Quité el tazón de la almohada y me tumbé junto a él, que se abrazó a mi cuerpo rodeándome con brazos y piernas.

- Creo que se ha hecho tarde para el cine…

Sonriendo asentí con la cabeza. Me besó el cuello y susurró en mi oído:

- ¿te apetece que dibuje tu nombre con nata sobre tu espalda?…

Y seguimos disfrutando de una dulce y lasciva merienda hasta la hora de cenar.

domingo, 29 de noviembre de 2009

La PlayA

Una ligera brisa envolvía la tarde, anunciando la puesta de sol. Tras una larga caminata por la orilla del mar, llegamos hasta la pequeña ensenada bajo las rocas donde acababa la playa. Decidimos extender allí las toallas y sentarnos para continuar la conversación. La arena aún estaba caliente cuando nos sentamos y el soleado día había dejado una agradable temperatura en el agua, lo cual invitaba a darse un baño refrescante después del paseo que acabábamos de hacer.

Nos desnudamos y nos quedamos en ropa interior. Caminamos hacia el agua pero yo volví para dejar el sujetador junto al resto de la ropa. Cuando llegué donde rompían las olas, él ya había entrado en el agua y miraba fijamente en mis pechos cómo se endurecían los pezones a medida que avanzaba hacia donde él ya estaba esperándome. No sé si reaccionaron así por el efecto del roce del agua o por saberme observada por él. Y me pregunté si alguna parte de su cuerpo estaría también así…

No tardé mucho en comprobar que sí. Al acercarme, juntó su cuerpo al mío y me cogió por la cintura para apretarme contra él. No pude resistirme a subirme a sus caderas y con las piernas le rodeé mientras con los brazos me sujetaba a su cuello. Fue entonces cuando noté su erección bajo la ropa interior mojada que nos separaba. Las olas nos mecían en un suave vaivén que me hacía aferrarme más aún a su cuerpo. Su boca quedaba a escasos milímetros de la mía y le besé. Fue un roce de labios, un jugueteo de bocas entreabiertas, que poco a poco se fue convirtiendo en una larga serie de besos encadenados, donde las lenguas se buscaban ansiosas, hasta dejarnos sin aliento.

Me besó el cuello y sus labios descendieron hasta mis pechos buscando mis pezones para lamerlos y mordisquearlos suavemente. Primero uno, deleitándose en cada lamida, luego el otro, con sutiles mordiscos que provocaron un intenso escalofrío de placer. Volvió a besarme, dejando en mi boca ese agradable sabor a sal de agua de mar, mientras una de sus manos descendía por mi espalda para apartar mi tanga y acariciarme. Yo hice lo mismo con su slip y lo aparté para acoplarme sobre la erección que rozaba mi entrepierna, sintiendo cada centímetro de su sexo caliente avanzando dentro del mío, lentamente, mientras él me sujetaba con sus manos por las caderas para moverme a su antojo.

Pero el movimiento que provocaban las olas impedía poder disfrutar de la situación. Y propuso continuar en la arena. Estaba oscureciendo y no había nadie en la playa. Aún así, nos aseguramos de estar lejos de cualquier mirada indiscreta, nos quitamos la ropa interior y nos tumbamos sobre las toallas. Había restos de arena en ellas pero en aquel momento no nos importó. Sólo pensábamos en satisfacer el deseo que habíamos encendido dentro del agua. Se dejó caer sobre sus rodillas sentándose sobre mí, para acariciarme sin apartar su mirada de la mía. Luego recorrió mi pecho con sus labios, bajó hasta mi ombligo y siguió besando mi piel mojada hasta llegar a mi sexo. Separé las piernas para que sus labios y su lengua exploraran toda esa parte de mi cuerpo. Con sus manos apoyadas en mis caderas, su boca recorría todas aquellas formas del deseo. Mi cuerpo tiritaba de frío pero notaba mis mejillas ardiendo. Sentía el calor de su aliento, la humedad de su lengua, la calidez de sus labios. Y un gran escalofrío recorrió mi cuerpo haciéndome temblar, pero esta vez de placer.

Sus labios volvieron a ascender por mi cuerpo lentamente para llegar a mi boca y besarme de nuevo. Le eché hacia un lado y me senté sobre sus piernas para recuperar el ritmo de mi respiración. Me cogió por la cintura, apoyé mis manos en su pecho y se acopló otra vez dentro de mí. Podía ver en sus ojos cómo el placer le desbordaba, y me abandoné al vaivén de sus movimientos dejando caer mi cuerpo hacia atrás, lo justo para que sus manos pudieran alcanzar mis pechos y aferrarse a ellos. Lentamente las fue bajando hacia mis caderas y me empujó más adentro, mientras mis movimientos se fueron acelerando al compás de los suyos hasta que su cuerpo se tensó y su explosión de placer me inundó por dentro.

Me dejé caer sobre él y nos dimos cuenta de que teníamos arena hasta en las orejas. Nos pusimos a reir y nos quedamos allí tumbados hasta que oscureció totalmente. Nos dimos un baño, bajo la luz de la luna que iluminaba las olas con reflejos casi mágicos. Inevitablemente el roce de su cuerpo contra el mío dentro del agua nos volvió a encender. Me guiñó un ojo y dijo:

- ¿repetimos?…

Y bajo la discreta y atenta mirada de la luna reiniciamos otra sensual aventura arenosa…

sábado, 29 de agosto de 2009

Ese VinO tan EspeciaL

Mi cabeza daba vueltas, desvelada por las continuas historias que mi fantasía elaboraba, una tras otra, con una velocidad pasmosa, recreándose en cada detalle de las imágenes que suscitaba el recuerdo de su tacto y de su olor. Estaba tumbado a mi lado, semidesnudo, dormido plácidamente. Pero ahora yo no recordaba por qué. Cerré los ojos para intentar acariciar el sueño anhelado, pero lo único que conseguí fue traer a mi mente todos los segundos que pasamos juntos hacía tan sólo unas horas. Y entonces empecé a recordar…

Tras la cena de ayer, me invitó a tomar la última copa en el pub de siempre, pero ya era muy tarde y cuando llegamos estaba cerrado. Propuso tomarla en su casa y así aprovecharía para enseñarme su última adquisición artística.

Una vez allí, me mostró una extraña escultura metálica, amorfa, abstracta, cuyo valor artístico no supe encontrar por el precio que dijo había pagado.

Me ofreció tomar una copa de vino y acepté. Abrió una botella de Pago de los Capellanes reserva del 2001, pues él sabía que me encanta el sabor a vainilla y a coco que con cada sorbo queda en el paladar. Me llenó la copa y se sirvió otra para él. Era una noche fría y lluviosa, así que se acercó a la chimenea y preparó un poco de leña para encenderla. Poco a poco, las pequeñas lenguas anaranjadas de fuego se fueron convirtiendo en una cálida fogata. Señalando una butaca me dijo:

-Ven, acércate un poco al calor del fuego.

No hacía falta, yo ya había entrado en calor con la primera copa de vino. Degustábamos el goloso néctar tinto, mirándonos fijamente. Aún siendo amigos desde hacía varios años, esta noche inexplicablemente me turbaba con su mirada, tan silencioso y observador. Me sentía excitada y acariciada por sus ojos. Sentía deseos de abalanzarme sobre él y desnudarle frenéticamente para besar toda su piel. El calor de la chimenea, en la penumbra de la habitación solamente iluminada por el resplandor de las llamas, me encendía aún más. El ebrio efecto del vino me aturdía y calentaba mis pensamientos. Dejé la copa en el suelo y, ante su atenta mirada, inicié yo sola el extraño viaje entre dos viejos amigos que nunca se habían deseado hasta ahora…

Sin levantarme de la butaca, alcé unos centímetros la falda y me quité el tanga. Separé un poco las piernas y comencé a acariciarme con la provocativa intención de que fuese él quien continuase el recorrido por mi piel hasta encontrar el calor y la humedad de mi sexo. Pero se quedó en su butaca, mirándome mientras bajaba la bragueta y dejaba salir el deseo que ardía bajo su pantalón. Le miraba y segundos después cerraba los ojos para imaginar que mis dedos eran los suyos, paseando y explorando dentro de mí, notando como mi humedad iba empapando mis dedos. Volvía a abrir los ojos y le veía en la otra butaca frente a mí, autocomplaciéndose lentamente.

Al abrir los ojos de nuevo vi que esta vez él estaba allí, arrodillado frente a mí, con una mano sobre mi pierna, deslizándola suavemente hacia el interior del muslo, y con la otra mano acariciando su desnuda erección. No sé cuánto tiempo pasamos así hasta que me cogió por la cintura y me deslizó por la butaca hacia el suelo.

Él se quedó sentado sobre la alfombra. Yo me arrodillé frente a él y con mis labios rocé su sexo, abrí la boca y dejé escapar mi cálido aliento sobre la dura y sonrosada piel que sujetaba entre mis manos, para después regalarle mi lengua y con mi boca llenarle de placer. Le lamía despacio, sin prisa, primero con la punta de la lengua y después con la boca entera. Sus manos guiaban mi cabeza al ritmo de sus movimientos, lentos, sujetando con sus dedos mi pelo mientras él gemía casi en silencio. Su respiración entrecortada se aceleraba un poco más cada vez que mi boca subía y bajaba al compás de sus jadeos, alimentando aún más mi deseo. La piel de su sexo caliente brillaba bañada en mi saliva cada vez que salía y entraba de nuevo en mi boca. Aceleré el ritmo para deleitarle unos minutos antes de darle un respiro para incorporarme y tumbarle a él sobre la alfombra.

Abrí mi bolso y saqué un condón. Me desnudé y me senté sobre sus piernas, para desabrochar su camisa y quitarle el pantalón. Besé su piel desde el ombligo hasta el cuello, me acerqué a su boca, dibujé sus labios con mi lengua y busqué la suya para besarnos, besos húmedos, largos, lascivos. Mientras me besaba hundió un dedo en mi boca, después en mi sexo. Jugueteó unos minutos con sus dedos, haciéndome llegar al borde del orgasmo, después me alzó un poco y me acomodó sobre él, para que le sintiera dentro, caliente, duro. Me movía sin dejar de besarle, me quemaban las rodillas del roce de la alfombra, me quemaban los labios del roce de su boca, me quemaba por dentro del roce de su sexo…

Y me abandoné, sólo veía sus ojos mirándome fijamente, notaba sus manos apretando mis pechos, sentía sus manos apretando mis nalgas, empujándome más adentro. Le veía estirado semidesnudo en el suelo, le oía jadeante bajo mi cuerpo… y le susurré al oído “no, no te muevas, yo me muevo por ti. Déjame llevar el ritmo, déjame sacar los más bajos instintos que hay en ti, déjame mostrarte lo que esta noche puedo hacer para ti…”

Saciamos el ansia que permanecía dormida de años atrás. Tumbados, sentados, de rodillas…Una vez. Y otra. Y otra más. Finalmente me quedé sobre su cuerpo desnudo, él se quedó dentro de mí. Abrazados, sudorosos, exhaustos ¿cuánto tiempo ha pasado desde que llegamos?

Nos habíamos quedado dormidos. Abrí los ojos, sólo un instante, para contemplar su cuerpo junto al mío, bajo una manta que no recuerdo cómo llegó hasta allí. Ya era de día, bajo la chimenea había tres preservativos anudados junto a la botella de vino vacía y del fuego sólo quedaban cenizas, pero metí mi mano bajo la manta y comprobé que su fuego aún seguía encendido. Mmm…comenzó el día igual de excitado que como lo acabó anoche. Mi cabeza ya no daba vueltas, no necesitaba fantasías, ahora recordaba porque estabamos aquí.

“Buenos días” me susurró. Sonrió mordiéndose el labio. Y vuelta a empezar…

viernes, 19 de junio de 2009

ComO en los ViejoS TiempoS...

La tarde se presentaba aburrida. El bochorno del mediodía ha dejado mi piel pegajosa. Tumbada en la toalla al borde de la piscina me remojo constantemente, pero el calor viene de dentro y no se disipa con la humedad aplicada. No hay ni una pizca de brisa que remueva el ambiente y refresque mi piel mojada. Miro mi móvil, que no ha dejado de sonar en silencio toda la mañana, y escondida entre todas las llamadas reconozco con sorpresa un número que me resulta muy familiar. Curiosa, devuelvo la llamada. Nadie contesta. Insisto de nuevo. Tampoco contesta nadie esta vez. Se me escapa una carcajada y vuelvo a llamar. Esta vez contestan. Era él. Después de tres años aún reconocía su número, tantas veces marcado y hoy borrado de mi agenda. Al oir su voz, recordé la última vez que nos vimos, cuando le despedí en el aeropuerto. Antes de marcharse, mordió mi labio después de besarnos, dejando durante varios días una pequeña herida de recuerdo.

-Hola preciosa. Me preguntaba si insistirías tres veces como en los viejos tiempos. Me preguntaba si recordarías quien soy y si te apetecería verme hoy... A mí me encantaría verte. Estoy en la ciudad.

-¿Será una visita rápida?

-Nena, demasiado tiempo deseándote…

Sus palabras llegaban con su peculiar tono lascivo y no pude evitar recordar esa mirada que tantas veces me ha hecho sucumbir a sus deseos. Y su voz, que siempre me ha trastocado, más por teléfono que en persona. Intenté en vano eludir la cita.

-Tengo bastante trabajo atrasado. ¿Lo dejamos para otro día?

-Mentirosa… dime… ¿no estarás desnuda en la piscina? Sólo de imaginarte ya tengo la sensación de que me va a explotar el pantalón.

Conocedor de su poder sobre mí, volvió a entrar en mi cabeza mientras susurraba que en media hora estaría picando al timbre de casa.

Como en los viejos tiempos, estaba nerviosa. Su presencia me alteraba y al tiempo me excitaba. Sólo treinta minutos para prepararme. Una ducha rápida y poco más.

Tras una breve conversación subida de tono, me metí en la bañera y pensé en aliviar la tensión allí mismo, y sin darme cuenta me estaba acariciando en un acto de autosatisfacción. Pero no había tiempo. Me enrollé en una toalla y fui a la habitación. Abrí el cajón “especial”, buscando esa ropa interior que tanto le gustaba. Pensé que con el calor que hacía era mejor olvidarme de las medias. Qué equivocada estaba…

Picaron al timbre. Abrí la puerta y allí estaba él. Como si fuera ayer cuando vino a despedirse hace tres años. Como si sólo hubiera transcurrido un instante. Le invité a pasar y cerré lentamente. Se acercó a mi oído para decirme cuánto me había echado de menos, al mismo tiempo que mordisqueaba mi oreja y mi cuello.

Como en los viejos tiempos, cerré los ojos esperando su beso en los labios, mientras mis manos comprobaban bajo su pantalón que una abultada sorpresa me daba la bienvenida. Gimió cuando mis dedos entraron por su bragueta y recorrieron el camino que ya sabían de memoria… y sin dejar de besarme volvió a gemir cuando, descontrolada, empecé a desnudarle.

Ya no hicieron falta más palabras. Se apartó para cogerme la mano y conducirme al sofá. El mismo sofá de nuestros juegos, retapizado, presidiendo ufano el salón. Me desnudaba despacio al tiempo que besaba mi piel. Me notaba húmeda y él lo sabía, pero quiso comprobarlo metiendo su mano bajo mi ropa interior. De reojo vió el cajón de la cómoda semiabierto, con una media colgando. Se levantó, abrió el cajón y las cogió. Balanceándolas con una mano susurró:

-Ponte las botas… como en los viejos tiempos.

Sin pensármelo dos veces, fui a buscarlas. Ya no me importaba el calor que hacía, sólo pensaba en complacerle. Quitó la poca ropa que ya me quedaba y dejé que me pusiera las medias y las botas. Me coloqué de rodillas en el sofá, de espaldas a él, como en los viejos tiempos.

Sus manos iniciaron el recorrido desde mi nuca, luego por la espalda, provocando un escalofrío estremecedor. Se desviaron un poco hacia mis pechos y continuaron bajando hasta las caderas. Noté su mano caliente colándose en mi entrepierna y su aliento sobre mi sexo. Sus dedos exploraban, acompañados de su lengua. Su dedo pulgar se separó e inició su aventura por detrás. Su lengua lamía, arriba y abajo. Volví a gemir al compás de sus dedos cada vez que se hundían en mi interior un poco más.

Cuánto tiempo esperando este reencuentro. Sabía lo que venía ahora cuando su otra mano dejó de acariciar mi espalda. A los pocos segundos estampó una delicada palmada en mis nalgas. Mientras su pulgar intentaba abrirse paso, cada movimiento de sus dedos era acompañado de un cariñoso azote.

Gemía y me movía al son que él marcaba, de nuevo... Levanté mi cabeza y girándome le dije:

-Demasiado tiempo echándote de menos…

Cogió el lubricante que ya había dejado yo en la mesita anexa y vertió un poco sobre mi espalda. Notaba el espeso líquido resbalando lentamente por mi piel. Me cogió por la cintura, bajó un poco mis caderas y extendió el lubricante suavemente. Volvió a insistir con su pulgar unos minutos más...

Se acabó de desnudar y, sin moverme de la postura que estaba, se acercó por detrás...y allí se quedó. Detrás. Donde más le gustaba estar.

Al final la tarde no ha resultado tan tediosa como parecía. Y hemos vuelto a manchar el sofá. Como en los viejos tiempos...

martes, 27 de enero de 2009

LluviA AfrutadA (I)



-parte I-                                                            (ver parte II)


Observo el sol de media tarde cómo ilumina los tejados, proyectando su reflejo en los cristales de las ventanas con un color anaranjado encendido, inundando de color las calles y transformando el blanco de las fachadas de las casas en un tono de suave salmón.

Me gusta pasear a esta hora por las estrechas callejuelas desiertas, donde el silencio sólo queda interrumpido por el sonido lejano de las cigarras en su incomprensible diálogo. Mis pies no me llevan a ninguna parte, simplemente me dejo llevar, buscando la ubicación del caño de agua que suena más fuerte con cada paso que doy. Al llegar a la esquina, una diminuta fuente asoma tímida de la fachada de una casa, arrojando un escuálido chorro de agua a través de un gigantesco caño. Hace frío pero me apetece mojar mi cara y dejar que el gélido viento la seque. Un escalofrío me estremece, recordándome los que tú provocaste ayer al rozar tus labios sobre mi piel.

Me tumbo bajo una higuera solitaria, dejando que el tenue sol caliente mi cara mojada. El olor de la hierba salpicada por la humedad de la tarde se mezcla con el aroma de menta que crece al pie de este árbol. Cierro los ojos y me dejo llevar, imaginando que estás aquí, junto a mí, acariciando mi pelo, enroscando mechones entre tus dedos, hasta que me vence el cansancio y me duermo soñando contigo:

Me traslado a la lluviosa tarde de ayer. El sol intentaba asomar tímidamente entre las nubes, en una pugna con ellas en las que se iban alternando claros y sombras, por el efecto de la luz tenue de los rayos que éstas dejaban escapar. Subí a la zona de restaurantes y me acerqué al que tenía vistas al exterior. Me apetecía sentarme en una mesa junto a la ventana para absorber un poco de luz solar, pues hacía ya una semana que la lluvia no daba tregua alguna al sol. Al observar detenidamente la concurrencia del local te veo saludándome desde la barra. Me alegro de encontrar una cara conocida y me acerco hasta ti. Las últimas veces que hemos coincidido, has estado rehuyendo mi mirada, reavivando la tensión sexual reprimida y olvidada, en ese lugar donde se guardan las fantasías y los sueños prohibidos. Tú suponías que tus esquivas miradas lograrían adormecer la bestia que se aproximaba, irremediablemente, hacia nosotros dos. Pero en la penumbra de la tarde nublada su sombra acechaba, buscando sus nuevas presas: hoy, tú y yo.

Me acerco a saludarte; tu brazo se adueña de mi cintura y tu mano se acomoda allí. “¿Qué te apetece comer?” preguntas mirándome fijamente (ahora sí) a los ojos, como si tu pregunta esperase encontrar la respuesta que tenía encerrada en mi boca. Me aproximo a tu oído y te susurro: “A ti”

Tú, al oírlo, aprietas tu mano en mi cadera en señal de aprobación. Me libero de ti lentamente y me dirijo a la puerta para bajar al aparcamiento. Mientras me alejo, me siento acariciada por tus ojos; noto tu mirada recorriéndome, intentando colarse bajo mi ropa, penetrando hasta mi alma.

Cuando llego a la rampa mecánica me giro y veo que tú sales en ese momento del restaurante; has dejado tu aperitivo intacto sobre la barra. Al bajar a la última planta vuelvo a girar mi cabeza para mirar de reojo y asegurarme que sigues detrás de mí. Alcanzo mi coche y me quedo allí, apoyada en la puerta del copiloto. Veo cómo te acercas lentamente, sonriéndome, hasta que te quedas frente a mí. Pones tus manos en mis caderas, dejándome atrapada entre tu cuerpo y mi coche. Me besas, y por un momento nos olvidamos del lugar, del riesgo, del mundo entero…

Levantas mi vestido y pasas tus manos suavemente por mis muslos, muy despacio. Un escalofrío recorre mi cuerpo, de arriba a abajo, de dentro a afuera. Tu mano derecha huye del cobijo de mi falda y se esconde tímidamente en mi nuca, bajo mi pelo. Tu mano izquierda, valiente, se aventura y se adentra bajo mi ropa interior, como una serpiente sigilosa invadiendo una madriguera. Tus dedos se pasean por mi sexo delicadamente, arriba y abajo, casi sin rozarme.

Intensos y dulces minutos. Vuelves a colocar mi vestido en su sitio y me coges de la mano. Me llevas a través del parking en busca de tu coche. Buscas la llave en tu chaqueta y desde el bolsillo accionas el mando; los cuatro intermitentes se encienden al tiempo que nos acercamos. Abres la puerta trasera, me invitas a entrar y subes tú también. Mientras me quito la chaqueta, dejas la llave en el contacto para que suene la música. De los altavoces fluyen las notas de Air; bajas un poco el volumen y te sientas a mi lado. Me acercas hasta ti y me acomodas sobre tus piernas.

Y comienza el viaje.

LluviA AfrutadA (II)



-parte II-                                                    (ver parte I)


Sentada de lado, sobre ti, apoyo mi espalda en la puerta del coche y te observo sonriendo dulcemente, mientras bajas muy despacio la cremallera de mis botas. Las quitas y las dejas caer en el asiento delantero. Tus dos manos envuelven mi pie derecho y suben lentamente por mi pierna a través de la media, llegas hasta el ombligo dibujando un círculo alrededor y bajas por la otra pierna. A medida que tus manos se deslizan hacia abajo, arrastran tras de sí la media, dejando la piel y el vello erizado, que responde a tu contacto como si miles de burbujas me hicieran cosquillas al querer escapar de mi interior hacia la superficie de mi piel.

Sigues acariciándome, apartando la tela que se interpone entre los dos. Despacio. Cada beso, cada caricia, me envuelve en una niebla erótica que se deshace en gotas de deseo, sumergiéndome en la laguna de mis fluidos hasta dejarme sin aire. Y acabas lo que empezaste hace unos minutos cuando estábamos de pie junto a mi coche.

Casi sin recobrar el aliento me incorporo, y me paseo por tu cuello con mi boca, mientras desabrocho tu camisa lentamente. Tras cada botón que abre su puerta, un beso se instala sobre la piel que escondía. Con la camisa abierta, deslizo mis manos por tu cintura para acariciar tu espalda y sacar la camisa que aún queda atrapada en tu pantalón. Sin dejar de tocarte y de besarte, retorno al punto de partida y desabrocho tu cinturón, y la cremallera del pantalón, tan despacio que tiemblas al rozar tu erección con mi mano.

Me ayudas a quitarte los zapatos; después tu pantalón junto con los calcetines. Me dejo deslizar con cuidado entre tus piernas para quedarme en el suelo. Mis labios resbalan desde tu ombligo hacia abajo, más abajo… Acaricio tus muslos con mis dedos, dibujando figuras de jinetes imaginarios que desean subir sobre el corcel desbocado que se estremece bajo tu ropa interior. Finalmente le abro la puerta y le ayudo a salir, besándolo dulcemente, con besos cortos y delicados primero, y con besos largos y húmedos después.

Te degusto como si fueras un delicioso manjar, lo meto en mi boca lentamente, jugueteo con mi lengua, bajo y subo mis labios haciéndolo desaparecer en mi garganta, una y otra vez, hasta que tu respiración jadea y me ofreces tu pasión contenida, cual poción mágica para calmar la sed. Con mi lengua te lamo dulcemente entre sacudidas de placer.

Me vuelvo a sentar sobre ti y nos quedamos así, en silencio, mirándonos, acariciándonos, besándonos. Sujetas mi cara dulcemente entre tus manos; dibujas la comisura de mis labios con tus dedos y preguntas: “¿qué puedo hacer por ti?”. Giro mi cara un poco para besar tu mano y te respondo: “de momento invitarme a comer. Después ya te diré”

Nos vestimos dentro de tu coche y me llevas a buscar el mío. Te sigo. Me invitas a comer en tu casa; llegamos y aparco dos calles más abajo. Ha empezado a llover otra vez. En el trayecto nos devoramos a besos bajo la lluvia, parándonos cada tres metros para saborearnos con ansia. Subimos, abres la puerta de entrada y la cierras apoyándome en ella. Me secas la cara con tus manos y me dices “quítate esta ropa mojada y espérame en el sofá”. Te marchas a la cocina. Yo obedezco y te espero, observando cómo troceas unas piezas de fruta mientras voy desnudándome frente a ti. Miras de reojo y sonríes. “Vamos preciosa” y me arrastras de la mano hasta el sofá. Me tumbas y vas colocando estratégicamente trozos de fruta sobre mi cuerpo desnudo. Está fría y mi piel se eriza. Coges una uva y la pones en mi boca; la sujeto con los dientes y los hundo en ella lentamente hasta que estalla en mi boca derramando su jugo, que resbala por mis labios. Te acercas y me quitas la uva, besándome, cediéndome a cambio tu lengua, a modo de préstamo temporal hasta que una jugosa fresa la sustituye. Mientras la como, tú haces lo mismo con los pedazos que hay repartidos en mi cuerpo. Cada trozo que desaparece es sustituido con mimo por un mordisqueo sutil. De vez en cuando depositas en mi boca alguna porción más de fruta mientras tu boca prosigue su improvisada excursión sobre mí. Separas lentamente mis piernas para bucear en mi intimidad. Nadas con tus dedos primero, y con tu lengua húmeda y caliente después. Luego te acoplas sobre mí y te meces con cadencia, en un vaivén acompasado, una y otra vez.

Dos bocas unidas, convirtiendo las lenguas en ávidas exploradoras de cada centímetro de piel. Nuestras manos descubriéndonos lentamente, dejando al desnudo la más absoluta intimidad. Piel contra piel, boca contra boca, avanzando tímidamente en el camino del placer, de besos húmedos y de besos calientes, tú sobre mí y yo sobre ti, mientras la noche corre deprisa a buscar la luz del día.

Amanece en la ventana y la magia continúa en el ambiente. Piernas entrelazadas y tu cuerpo tras de mí. El primer sonido del día, tu voz. La primera visión del día, tus ojos. Tu boca me besa el cuello, la mía busca la tuya. Tal vez sea la última vez… Hay ocasiones en la vida en las que se nos ofrece situaciones impredecibles, que pasan deprisa pero que nunca se olvidan.

Quizá no vuelva a verte, quizá no vuelvas a verme, quizá esto no cambie nada el rumbo de nuestras vidas, pero en el interior de cada uno de los suspiros que salgan de mi boca se escapará algo de ti…