sábado, 29 de agosto de 2009

Ese VinO tan EspeciaL

Mi cabeza daba vueltas, desvelada por las continuas historias que mi fantasía elaboraba, una tras otra, con una velocidad pasmosa, recreándose en cada detalle de las imágenes que suscitaba el recuerdo de su tacto y de su olor. Estaba tumbado a mi lado, semidesnudo, dormido plácidamente. Pero ahora yo no recordaba por qué. Cerré los ojos para intentar acariciar el sueño anhelado, pero lo único que conseguí fue traer a mi mente todos los segundos que pasamos juntos hacía tan sólo unas horas. Y entonces empecé a recordar…

Tras la cena de ayer, me invitó a tomar la última copa en el pub de siempre, pero ya era muy tarde y cuando llegamos estaba cerrado. Propuso tomarla en su casa y así aprovecharía para enseñarme su última adquisición artística.

Una vez allí, me mostró una extraña escultura metálica, amorfa, abstracta, cuyo valor artístico no supe encontrar por el precio que dijo había pagado.

Me ofreció tomar una copa de vino y acepté. Abrió una botella de Pago de los Capellanes reserva del 2001, pues él sabía que me encanta el sabor a vainilla y a coco que con cada sorbo queda en el paladar. Me llenó la copa y se sirvió otra para él. Era una noche fría y lluviosa, así que se acercó a la chimenea y preparó un poco de leña para encenderla. Poco a poco, las pequeñas lenguas anaranjadas de fuego se fueron convirtiendo en una cálida fogata. Señalando una butaca me dijo:

-Ven, acércate un poco al calor del fuego.

No hacía falta, yo ya había entrado en calor con la primera copa de vino. Degustábamos el goloso néctar tinto, mirándonos fijamente. Aún siendo amigos desde hacía varios años, esta noche inexplicablemente me turbaba con su mirada, tan silencioso y observador. Me sentía excitada y acariciada por sus ojos. Sentía deseos de abalanzarme sobre él y desnudarle frenéticamente para besar toda su piel. El calor de la chimenea, en la penumbra de la habitación solamente iluminada por el resplandor de las llamas, me encendía aún más. El ebrio efecto del vino me aturdía y calentaba mis pensamientos. Dejé la copa en el suelo y, ante su atenta mirada, inicié yo sola el extraño viaje entre dos viejos amigos que nunca se habían deseado hasta ahora…

Sin levantarme de la butaca, alcé unos centímetros la falda y me quité el tanga. Separé un poco las piernas y comencé a acariciarme con la provocativa intención de que fuese él quien continuase el recorrido por mi piel hasta encontrar el calor y la humedad de mi sexo. Pero se quedó en su butaca, mirándome mientras bajaba la bragueta y dejaba salir el deseo que ardía bajo su pantalón. Le miraba y segundos después cerraba los ojos para imaginar que mis dedos eran los suyos, paseando y explorando dentro de mí, notando como mi humedad iba empapando mis dedos. Volvía a abrir los ojos y le veía en la otra butaca frente a mí, autocomplaciéndose lentamente.

Al abrir los ojos de nuevo vi que esta vez él estaba allí, arrodillado frente a mí, con una mano sobre mi pierna, deslizándola suavemente hacia el interior del muslo, y con la otra mano acariciando su desnuda erección. No sé cuánto tiempo pasamos así hasta que me cogió por la cintura y me deslizó por la butaca hacia el suelo.

Él se quedó sentado sobre la alfombra. Yo me arrodillé frente a él y con mis labios rocé su sexo, abrí la boca y dejé escapar mi cálido aliento sobre la dura y sonrosada piel que sujetaba entre mis manos, para después regalarle mi lengua y con mi boca llenarle de placer. Le lamía despacio, sin prisa, primero con la punta de la lengua y después con la boca entera. Sus manos guiaban mi cabeza al ritmo de sus movimientos, lentos, sujetando con sus dedos mi pelo mientras él gemía casi en silencio. Su respiración entrecortada se aceleraba un poco más cada vez que mi boca subía y bajaba al compás de sus jadeos, alimentando aún más mi deseo. La piel de su sexo caliente brillaba bañada en mi saliva cada vez que salía y entraba de nuevo en mi boca. Aceleré el ritmo para deleitarle unos minutos antes de darle un respiro para incorporarme y tumbarle a él sobre la alfombra.

Abrí mi bolso y saqué un condón. Me desnudé y me senté sobre sus piernas, para desabrochar su camisa y quitarle el pantalón. Besé su piel desde el ombligo hasta el cuello, me acerqué a su boca, dibujé sus labios con mi lengua y busqué la suya para besarnos, besos húmedos, largos, lascivos. Mientras me besaba hundió un dedo en mi boca, después en mi sexo. Jugueteó unos minutos con sus dedos, haciéndome llegar al borde del orgasmo, después me alzó un poco y me acomodó sobre él, para que le sintiera dentro, caliente, duro. Me movía sin dejar de besarle, me quemaban las rodillas del roce de la alfombra, me quemaban los labios del roce de su boca, me quemaba por dentro del roce de su sexo…

Y me abandoné, sólo veía sus ojos mirándome fijamente, notaba sus manos apretando mis pechos, sentía sus manos apretando mis nalgas, empujándome más adentro. Le veía estirado semidesnudo en el suelo, le oía jadeante bajo mi cuerpo… y le susurré al oído “no, no te muevas, yo me muevo por ti. Déjame llevar el ritmo, déjame sacar los más bajos instintos que hay en ti, déjame mostrarte lo que esta noche puedo hacer para ti…”

Saciamos el ansia que permanecía dormida de años atrás. Tumbados, sentados, de rodillas…Una vez. Y otra. Y otra más. Finalmente me quedé sobre su cuerpo desnudo, él se quedó dentro de mí. Abrazados, sudorosos, exhaustos ¿cuánto tiempo ha pasado desde que llegamos?

Nos habíamos quedado dormidos. Abrí los ojos, sólo un instante, para contemplar su cuerpo junto al mío, bajo una manta que no recuerdo cómo llegó hasta allí. Ya era de día, bajo la chimenea había tres preservativos anudados junto a la botella de vino vacía y del fuego sólo quedaban cenizas, pero metí mi mano bajo la manta y comprobé que su fuego aún seguía encendido. Mmm…comenzó el día igual de excitado que como lo acabó anoche. Mi cabeza ya no daba vueltas, no necesitaba fantasías, ahora recordaba porque estabamos aquí.

“Buenos días” me susurró. Sonrió mordiéndose el labio. Y vuelta a empezar…