domingo, 18 de abril de 2010

JuegoS bajo el ManteL

Aquella noche decidimos cenar en un restaurante. Cogimos un taxi para evitar conducir ninguno de los dos, pues tras la cata de vinos de esa tarde ambos estábamos bastante chisposos. (Durante el trayecto recordé la última vez que salimos a cenar fuera de casa. Fue el día que estrenamos el mobiliario nuevo; nos sentamos a comer desnudos, para ver a través del cristal transparente de la mesa cómo nos íbamos poniendo a tono, tocándonos mutuamente entre plato y plato, así que, tras unos minutos de tocamientos, nos calentamos y se nos ocurrió la brillante idea de practicar sexo sobre ella. Pero el cristal no aguantó nuestro ímpetu y acabó resquebrajándose. Aunque esa es otra historia…)

Cuando llegamos al restaurante sólo había dos mesas ocupadas. Le pedí al camarero que nos acomodase en un rincón discreto, pues al recordar en el taxi la historia de la mesa se me ocurrió que tal vez podríamos disfrutar de una cena subida de tono. Tras leer el menú de la carta y elegir lo que quería, me levanté disimuladamente el vestido bajo el mantel que cubría la mesa y me quité las braguitas, mientras él seguía leyendo indeciso por no saber qué iba a elegir para cenar. Acerqué mi mano a su rodilla y la fui subiendo por su entrepierna hasta llegar al bolsillo de su pantalón, para guardar allí el tanga. Al ponerlo dentro noté la abultada sorpresa de su erección bajo la ropa.

Me guiñó un ojo al tiempo que metía su mano en el bolsillo, para comprobar qué era lo que había puesto yo dentro. Esbozó una sonrisa maliciosa y se cercioró de lo que era deslizando su mano bajo mi falda para tocar mi sexo desnudo. Y su mano se quedó un rato allí, en el calor húmedo de mi entrepierna. Estuvo jugando con sus dedos traviesos y hábiles como a mí me gustaba, despacio y casi sin rozarme, mientras el camarero nos abría la botella de vino que habíamos elegido, ajeno a lo que ocurría bajo el mantel.

En pocos minutos sus dedos habían conseguido ponerme a mil, y sin poder quitarme de la cabeza la erección que acababa de tocar, coloqué mi mano sobre su sexo y se lo acaricié a través de la ropa. Apartados como estábamos de miradas indiscretas, desabroché su cinturón, abrí la cremallera del pantalón y al meter mi mano dentro noté su ropa interior mojada. Bajé un poco la cintura de su slip para acariciar la punta de su sexo que asomaba desafiante, y no pude evitar dejar caer un cubierto al suelo con la excusa de recogerlo y meterme bajo la mesa, para saborear un segundo el exquisito manjar que tenía entre sus piernas. Fueron unos segundos deliciosos en los que dejé resbalar mi lengua lamiendo aquella piel babeante y caliente.

Volví a sentarme en mi silla relamiendo mis labios con lascivia. Eso le calentó aún más. Dejó escapar un suspiro, se abrochó el pantalón y se levantó para ir al aseo, disimulando como pudo su excitación. Tras escasos minutos de ausencia sonó mi teléfono móvil. Era él, invitándome a ir a hacerle compañía al aseo y acabar lo que mi lengua empezó bajo la mesa. Pero quería hacerle sufrir un poco y me limité a decirle lo que le haría si estuviese allí, arrodillada frente a su erección, sujetando su sexo erecto con una mano, acercándolo a mi lengua para lamerlo, dejándole que penetrase mi boca, complaciéndole hasta que su excitación fluyese por mi garganta... Poco a poco su voz se fue entrecortando hasta que dejó escapar un gemido de placer. Colgó el teléfono y un instante después volvió a la mesa con cara de satisfacción, se acercó a mi oído y me susurró:

- Has sido un niña mala, ahora voy a tener que castigarte…

Metió una mano en el bolsillo de su chaqueta y sacó una cajita. La abrió y sacó una pequeña bola de la que colgaba un cordoncillo con una anilla en el extremo. La dejó sobre el mantel, junto a mi plato, para que yo la viese. Y sonrió maliciosamente. La cogió de nuevo, metió su mano bajo la mesa y separando mis piernas introdujo el juguete en mi sexo mojado. Volvió a abrir la cajita y sacó lo que parecía ser un pequeño mando a distancia. De pronto noté un agradable cosquilleo cuando la bola comenzó a vibrar. Sonreí, pues ya sabía lo que me esperaba. Durante la cena estuvo jugando a su antojo con la intensidad de la vibración, bajándola cuando mi respiración se agitaba y subiéndola cuando mis gemidos ahogados se espaciaban.

Para los postres ya había conseguido hacerme tener dos orgasmos, pero el juego sólo acababa de empezar y la noche prometía…