sábado, 17 de mayo de 2008

SueñO de una NochE de PrimaverA… (I)

-parte I-                                          (ver parte II) (ver parte III)


El tren está entrando a la estación. Tras unas horas de viaje, que se han hecho eternas, por fin llego a destino. Cojo la mochila, impaciente por bajar, y nerviosa por verte. En cuanto desciendo al andén mis ojos revisan rápidamente alrededor intentando reconocerte. Tú has sido más rápido que yo, pues estás justo enfrente, con los brazos cruzados y una amplia sonrisa en tu cara. Me has reconocido y te acercas. Tras un “hola” viene un efusivo abrazo y luego estampas un generoso beso (que no esperaba) en mi boca. “Me alegro de conocerte por fin” me dices, y tras un ademán para coger mi mochila te digo que no hace falta.

Caminamos despacio hacia la salida, mirándonos de vez en cuando y sonriendo a la vez, sin decir nada. Eres tú quien apaga el silencio, y como aún es pronto me sugieres ir a tomar un tentempié antes de quedar para la cena. Acepto encantada, todavía incrédula de estar aquí. Bajamos varias calles, dejando la estación atrás, camino de mi hotel; nos detenemos en un pequeño bar con una terraza improvisada en una plaza. Nos sentamos y rompes el hielo. Hablamos del viaje, de banalidades, de adónde me vas a llevar a cenar; te veo hablar y sonreir, y me miras. Esa mirada, me mata. Desconecto un segundo, perdida en esos ojos penetrantes que escudriñan todo mi cuerpo, haciéndome sentir vulnerable. Después de tres cañas y unos montaditos un poco secos, no me dejas pagar y nos levantamos.

Mi hotel está cerca de la estación, así que tardamos poco en llegar. Nos despedimos en la puerta y quedamos en vernos allí mismo en un par de horas. Me das un beso en la mejilla y te quedas mirando como entro. Te saludo a través del cristal de la puerta y me dirijo a recepción. Cuando me giro ya no estás, y un suspiro sale de lo más hondo de mi interior. No puedo dejar de sonreir, me sudan las manos y siento un nudo en el estómago. Llego a la habitación y me acomodo en la cama; tengo tiempo de hacer una siesta antes de ducharme, así que cierro los ojos. En ese momento suena un mensaje en el móvil: “¿en qué habitación estás?” preguntas. Te contesto, un poco asustada por si decides subir en ese instante. Pero no subes,  todavía no.

Tras una hora (una larga hora) me desperezo, me ducho y me visto tranquilamente. En diez minutos suena el teléfono: “hola princesa, ¿estás preparada?”. Me doy un último vistazo en el espejo y pienso que quizá haber traído esta falda tan corta no ha sido buena idea. Cierro la puerta y aprieto el botón del ascensor. Cuando llega y se abre la puerta ¡sorpresa! allí estás tú, de nuevo mirándome fijamente (ummmmm esa mirada). “¿Me enseñas la habitación?” preguntas saliendo del ascensor. Mi corazón da un vuelco y mi estómago se encoje. Te contesto “claro, ¿vamos bien de tiempo?” y riendo me respondes “tranquila, no muerdo”. Me sigues hasta la puerta, la abro y te invito a entrar. Te diriges directamente hacia la ventana, desde donde se ven algunos tejados y las antenas de una parte de la ciudad. “Bonita vista” te digo; “me gusta más lo que veo cuando te miro” respondes. Silencio. Sonrío tímidamente. Te sientas en el borde de la cama y con un gesto de tu mano me sugieres que me acerque. Me planto delante de ti, los dos muy callados, sin dejar de mirarnos. El único sonido que se oye es el tráfico de la calle. Separas las piernas y, sin levantarte, me colocas entre ellas. Apoyas tu cabeza en mi estómago mientras noto tus manos subiendo lentamente por mis piernas. Rozas el final de las medias en mis muslos y sigues subiendo hasta tocar la piel que queda entre las medias y el culotte de mi ropa interior. Levantas un poco la camiseta y besas el resquicio de piel que queda al descubierto entre la falda y la cintura, con un roce casi imperceptible de tus labios. Y un pequeño gemido se escapa de los míos. Me miras de nuevo, y apartándome un poco me dices “Vamos a cenar. Si te apetece después sigo…” Y levantándote de la cama me pasas un brazo por el hombro, un beso y nos vamos. En el ascensor no dejas de mirarme, apoyado en el espejo y con los brazos cruzados. “¿Nerviosa?” preguntas, “mucho” respondo. “Tranquila, aunque no lo parezca, yo también”. Eso me tranquiliza bastante y me relajo un poco. Al salir del hotel agradezco que me cojas la mano y caminamos hacia la esquina para buscar un taxi. Conversamos un poco durante el trayecto y en pocos minutos llegamos al restaurante, un local muy amplio, de comida italiana. Nos bajamos; no me has dejado pagar esta vez tampoco.

Entramos y nos acomodamos en la zona de no fumadores (por supuesto); pedimos, cenamos, hablamos, bebemos y nos vamos. “¿Qué te apetece hacer?” preguntas. Y te reto “sorpréndeme”. Y vuelves a sonreir. Bajas la mirada y casi en un susurro me ruegas en el oído “¿vamos a tu hotel?”. Sin hablar, asiento con la cabeza y empezamos a caminar mientras aparece un taxi. Ya sentados me preguntas “¿porqué has venido?”, y sin mirar te respondo “porque tenía que conocerte”. “¿No te da miedo?” preguntas otra vez, “Mucho, nunca había hecho algo así. Pero ha sido más fuerte la curiosidad de comprobar que la realidad contigo puede ser mejor que cualquier fantasía que pueda imaginar”. Te acercas y me besas; un beso corto, sin lengua, pero húmedo. Noto tus labios calientes sobre los míos. Y me excita. Quiero llegar ya; estoy ansiosa por tocar toda tu piel, por besar y lamer cada centímetro de tu cuerpo. Subimos a mi habitación, impacientes, en el ascensor.

Sueño de una Noche de Primavera… (II)

-parte II-                                          (ver parte III)         (ver parte I)


Entramos en la habitación y se abre un mundo nuevo, desconocido, excitante… estoy temblando. Voy a cerrar la ventana. Oigo tus pasos tras de mí. Me detengo a esperar. Vas acercándote muy despacio hasta que noto tu respiración.

Siento el contacto de tus dedos acariciando mis hombros, perfumados para ti, mientras rozas mi cuello con tu boca. Cierro los ojos un instante para sentir ese contacto intensamente.

Metes tus manos bajo mi camiseta y rozas levemente mis pechos, dibujando su perfil. Deslizas tus manos bajo la falda, sientiendo mi pulso aquí, en lo más profundo de mí. Acercas tus labios, los míos te esperan; sientes mi lengua. Me besas como si fuese la última vez, apretandome fuerte contra tu piel, hasta fundirse en una sóla. Me desabrochas la falda y la bajas, dejándola caer al suelo. Saco los pies de la falda y me descalzo. Me inclinas hacia la cama, hasta tumbarme completamente. Te arrodillas al lado, y me giras para colocarme boca abajo. No dejas de mirarme, de acariciarme, de besarme. Noto el fuego de tu aliento en mi piel. Vas quitando las medias lentamente, deleitandote, mientras vuelves a darme la vuelta, y sin sacar mi camiseta desabrochas el sujetador. Besas mis pechos, mis pezones, mi barriga, y bajas hasta mi sexo. Lo besas, sin quitarme las braguitas, y lo acaricias. Me estremezco, me mareo, siento calor, por dentro, por fuera. No pares.

Me las quitas, y siento la humedad de tu lengua, y el calor de tu boca. Separo un poco más las piernas; quiero tocarme yo también, pero no me dejas. Con una mano sujetas mis manos sobre mi cabeza mientras con la otra me tocas, me masturbas... Y entonces… el placer, el orgasmo, mis gemidos, tu respiración, mis fluídos, tu saliva…

Te incorporas y te desnudas, colocándote sobre mí. Estoy aturdida pero quiero más, quiero probarte. No me dejas. Te pones un condón. Sigues jugando, y masturbando, pero ahora ya no es tu mano. Y te siento dentro, despacio, lentamente, y te oigo gemir. Eso me excita todavía más. Te empujo, más adentro, y acompaño tu ritmo. Un vaivén de movimientos acompasados, con besos, con lenguas, con manos… gemidos, suspiros, susurros… segundos, minutos…

Te quedas recostado sobre mi pecho, jadeando, y te apartas a un lado. Me miras y sonríes. Yo también te sonrío. Una y otra vez. Sigo temblando, pero ya no es de temor sino de un inmenso placer que me ha recorrido de la cabeza a los pies.

Vas al baño, nos turnamos. Mientras salgo me preguntas si tomo algo fresco, cualquier cosa con hielo me vale. Te doy una tregua. Te cuento un chiste. Me tumbo de lado apoyando mi cabeza sobre mi brazo derecho, mirándote aquí a mi lado, sentado con las piernas cruzadas. Desnudo, sólo para mí. Me giro y tomo un cubito del vaso que me has dado, y lo meto en mi boca. Me has leído el pensamiento, porque acto seguido te tumbas y me invitas a probar. Me coloco sobre ti y te beso, pasando a tu boca el cubito helado. Un par de chupadas y me lo devuelves. Lo mantengo unos segundos en mi boca, dándole vueltas, enfriando mi lengua. Cuando está bien fría empiezo a lamer tu cuello, tu vello se eriza. Bajo hasta tus pezones. Dejo caer el cubito y lo deslizo, sobre cada uno de ellos, lamiendo el agua que deja a medida que se va derritiendo sobre tu piel caliente. Luego lo mastico hasta que desparece. Se acabó el cubito, pero mi lengua fría sigue bajando; noto tu erección sobre mi pecho. Y bajo un poco más. Primero un beso, luego un roce de lengua, por la punta, por arriba, por abajo. Tu piel quema en mi lengua que empieza a perder frío a medida que chupo y lamo un poco más. Quieres tocarme, pero ahora soy yo la que no te deja. Y sigo complaciéndote, un poco más rápido. Hasta que me dices que pare. Entonces cojo otro condón y te lo pongo. Y me siento encima, sintiéndola dentro otra vez. Esta vez marco yo el ritmo, y me deleito. Tú no quejas, así que sigo, y sigo, y sigo…

Me tumbo a un lado, exhausta, jadeante; cuerpos sudados, olor a sexo, placer infinito, lascivo, improvisado.

“Me alegro de haber venido” te susurro. “Yo me alegro más que tú” me respondes. Y me empiezo a quedar dormida, con tu olor en mí. Todo se va borrando hasta que mis ojos se cierran. Sólo noto tus dedos entre mi pelo, hasta que me duermo.

Sueño de una noche de primavera… (III)


-parte III-                                          (ver parte I)       (ver parte II)


La luz entra por la ventana. Abro los ojos y ahí estás, a mi lado, tumbado boca abajo, dormido. Me levanto sin hacer ruido para ir al baño. El espejo me devuelve mi imagen despeinada, desaliñada, pero feliz. Y sonrío yo sóla. Me refresco un poco con una ducha rápida.

Cuando salgo estás despierto, y me acerco. Me das los buenos días y te incorporas. Cuando sales del baño hueles mi piel; “ahora ya no huele a ti, sólo a jabón” te digo. “Eso tiene fácil solución” me respondes. Y me acorralas en tus brazos, besándome de nuevo, encendiéndome otra vez. Me acaricias la espalda, el culo, las piernas, y me susurras que me tumbe otra vez. Yo obedezco, con las mejillas ardiendo. Boca abajo me tocas, ummmm cómo me tocas, buscando una puerta trasera… y la encuentras, y la abres. Primero un dedo, luego dos. Otro condón. Después tú sobre mi, muy despacio, poco a poco, te voy sintiendo; primero dolor, después lentamente placer. Ahora si que me dejas tocarme, con mi mano bajo mi cuerpo, acompañando tus caderas. Esta vez acabas antes que yo. Yo no tardo mucho más.

Ya no vuelvo a ducharme, me llevo tu olor para que me acompañe en el viaje de vuelta. La vuelta, ya me tengo que ir.

Nos vestimos, sin prisa, y bajamos a recepción. Pago mi habitación y con un “buen viaje” me despide el conserje. Salimos a la calle a buscar un taxi. Tengo hambre, pero he de coger el tren.

Ya hemos llegado a la estación; la despedida. Un abrazo muy fuerte, un beso largo, con lengua. “¿Volveremos a vernos?” preguntas. “Quizá. Creo que ha sido inolvidable y creo que también irrepetible…Querer igualar esta noche va a ser difícil…” Te respondo. “Entonces, mejor recordarlo así ¿no?” me dices guiñándome un ojo. Subo al tren y me acomodo. Tarda un poco en salir, pero te esperas. Mientras se mueve te veo alejarte poco a poco, con las manos en los bolsillos. Cuando ya casi no te distingo, me parece ver un beso en tu mano….

Y suena el despertador. Voy al baño y el espejo de casa me devuelve la misma imagen despeinada y desaliñada del hotel. Igual de feliz. Miro el móvil y sorprendida leo un mensaje tuyo: “…de todos modos, me encantaría volver a verte…” ¿No ha sido un sueño? Y sonrío yo sóla, otra vez.