domingo, 29 de noviembre de 2009

La PlayA

Una ligera brisa envolvía la tarde, anunciando la puesta de sol. Tras una larga caminata por la orilla del mar, llegamos hasta la pequeña ensenada bajo las rocas donde acababa la playa. Decidimos extender allí las toallas y sentarnos para continuar la conversación. La arena aún estaba caliente cuando nos sentamos y el soleado día había dejado una agradable temperatura en el agua, lo cual invitaba a darse un baño refrescante después del paseo que acabábamos de hacer.

Nos desnudamos y nos quedamos en ropa interior. Caminamos hacia el agua pero yo volví para dejar el sujetador junto al resto de la ropa. Cuando llegué donde rompían las olas, él ya había entrado en el agua y miraba fijamente en mis pechos cómo se endurecían los pezones a medida que avanzaba hacia donde él ya estaba esperándome. No sé si reaccionaron así por el efecto del roce del agua o por saberme observada por él. Y me pregunté si alguna parte de su cuerpo estaría también así…

No tardé mucho en comprobar que sí. Al acercarme, juntó su cuerpo al mío y me cogió por la cintura para apretarme contra él. No pude resistirme a subirme a sus caderas y con las piernas le rodeé mientras con los brazos me sujetaba a su cuello. Fue entonces cuando noté su erección bajo la ropa interior mojada que nos separaba. Las olas nos mecían en un suave vaivén que me hacía aferrarme más aún a su cuerpo. Su boca quedaba a escasos milímetros de la mía y le besé. Fue un roce de labios, un jugueteo de bocas entreabiertas, que poco a poco se fue convirtiendo en una larga serie de besos encadenados, donde las lenguas se buscaban ansiosas, hasta dejarnos sin aliento.

Me besó el cuello y sus labios descendieron hasta mis pechos buscando mis pezones para lamerlos y mordisquearlos suavemente. Primero uno, deleitándose en cada lamida, luego el otro, con sutiles mordiscos que provocaron un intenso escalofrío de placer. Volvió a besarme, dejando en mi boca ese agradable sabor a sal de agua de mar, mientras una de sus manos descendía por mi espalda para apartar mi tanga y acariciarme. Yo hice lo mismo con su slip y lo aparté para acoplarme sobre la erección que rozaba mi entrepierna, sintiendo cada centímetro de su sexo caliente avanzando dentro del mío, lentamente, mientras él me sujetaba con sus manos por las caderas para moverme a su antojo.

Pero el movimiento que provocaban las olas impedía poder disfrutar de la situación. Y propuso continuar en la arena. Estaba oscureciendo y no había nadie en la playa. Aún así, nos aseguramos de estar lejos de cualquier mirada indiscreta, nos quitamos la ropa interior y nos tumbamos sobre las toallas. Había restos de arena en ellas pero en aquel momento no nos importó. Sólo pensábamos en satisfacer el deseo que habíamos encendido dentro del agua. Se dejó caer sobre sus rodillas sentándose sobre mí, para acariciarme sin apartar su mirada de la mía. Luego recorrió mi pecho con sus labios, bajó hasta mi ombligo y siguió besando mi piel mojada hasta llegar a mi sexo. Separé las piernas para que sus labios y su lengua exploraran toda esa parte de mi cuerpo. Con sus manos apoyadas en mis caderas, su boca recorría todas aquellas formas del deseo. Mi cuerpo tiritaba de frío pero notaba mis mejillas ardiendo. Sentía el calor de su aliento, la humedad de su lengua, la calidez de sus labios. Y un gran escalofrío recorrió mi cuerpo haciéndome temblar, pero esta vez de placer.

Sus labios volvieron a ascender por mi cuerpo lentamente para llegar a mi boca y besarme de nuevo. Le eché hacia un lado y me senté sobre sus piernas para recuperar el ritmo de mi respiración. Me cogió por la cintura, apoyé mis manos en su pecho y se acopló otra vez dentro de mí. Podía ver en sus ojos cómo el placer le desbordaba, y me abandoné al vaivén de sus movimientos dejando caer mi cuerpo hacia atrás, lo justo para que sus manos pudieran alcanzar mis pechos y aferrarse a ellos. Lentamente las fue bajando hacia mis caderas y me empujó más adentro, mientras mis movimientos se fueron acelerando al compás de los suyos hasta que su cuerpo se tensó y su explosión de placer me inundó por dentro.

Me dejé caer sobre él y nos dimos cuenta de que teníamos arena hasta en las orejas. Nos pusimos a reir y nos quedamos allí tumbados hasta que oscureció totalmente. Nos dimos un baño, bajo la luz de la luna que iluminaba las olas con reflejos casi mágicos. Inevitablemente el roce de su cuerpo contra el mío dentro del agua nos volvió a encender. Me guiñó un ojo y dijo:

- ¿repetimos?…

Y bajo la discreta y atenta mirada de la luna reiniciamos otra sensual aventura arenosa…