lunes, 7 de junio de 2010

En el AscensoR (La Mudanza)

Acababa de instalarme en el nuevo piso. Esperaba en el rellano a que subiera el ascensor para bajar la última caja de cartón vacía al contenedor. Estaba satisfecha por haber terminado la mudanza en sólo 4 días. Cuando llegó el ascensor y se abrieron las puertas, el espejo reflejó mi imagen y me di cuenta de que no me había cambiado la ropa para bajar a la calle. Llevaba puesto todavía el pantalón corto y la camiseta sudada, sin ropa interior. Pero no importaba pues era bastante tarde y la probabilidad de encontrarme algún vecino, a esas horas un martes por la noche, era baja. No sabía exactamente qué hora debía de ser pero deduje que ya habría pasado la medianoche.

En la calle hacía una temperatura muy agradable, y cuando volví del contenedor me senté en los escalones del porche. Dejé las llaves en un escalón, apoyé mis manos en el pavimento aún caliente y eché mi cabeza hacia atrás, cerrando los ojos para disfrutar del silencio. Sólo se oía el susurro del viento jugueteando entre las hojas de los árboles. Aún me quedaba una semana de vacaciones y la pensaba disfrutar descansando en la piscina, leyendo y bronceándome.

Me sobresaltó un chasquido. Abrí lo ojos y vi entrar a un vecino. Había coincidido algunas veces con él en el ascensor en varias de mis visitas al piso antes de instalarme. Y recordé alguna de las fantasías que entonces rondaron mi cabeza imaginándome con él dentro de aquél ascensor.

Me saludó con un ladeo de cabeza y se dirigió hacia la puerta del vestíbulo. En todas las anteriores ocasiones que nos habíamos cruzado vestía traje y corbata. Hoy no. Hoy llevaba pantalón corto y camiseta, y sujetaba una raqueta en una mano y una bolsa de deporte en la otra. Apoyó la bolsa en el suelo, y se agachó. Mientras buscaba sus llaves dentro, me fijé en sus piernas y en sus brazos. Bajo la ropa de aquellos trajes que yo recordaba no parecía tener un cuerpo tan atlético y cuidado. Alzó un momento la cabeza de la bolsa y al sorprenderme mirándole me ruboricé. Para disimular me levanté y le dije que no cerrase la puerta, que yo también subía.

Conversamos brevemente mientras estábamos en el ascensor y se interesó por saber si ya estaba definitivamente instalada. Fue muy amable al ofrecerse por si necesitaba algo, y lo primero que pasó por mi cabeza fue poder decirle: “sí, un viaje de placer en este ascensor”. Pero sólo le di las buenas noches y salí. Cuando fui a abrir la puerta de casa recordé que había olvidado las llaves en la escalera del porche. Volví a apretar el botón para bajar y al abrirse la puerta me encontré de nuevo con él.

- iba a darme un baño en la piscina… y pensé que a lo mejor te apetecía bajar también.

Sin pensármelo, le dije que sí. Quedamos en 5 minutos en la piscina y, con mis llaves ya en mi poder, entré a coger una toalla y ponerme un bikini. Mientras volvía a bajar, me imaginé retozando con él en aquel amplio ascensor, reflejados en aquél enorme espejo. Y noté mis pezones endurecerse bajo el bikini.

Una vez en el jardín, dejamos las toallas en una de las hamacas y nos sentamos al borde la piscina con los pies dentro. Nos presentamos oficialmente intercambiando alguna que otra confidencia sobre nuestras vidas privadas. Así supe que hacía dos años que vivía sólo, entre aventuras y devaneos con varias mujeres, pero sin compromiso con ninguna. Había salido de una relación algo tormentosa y sólo le apetecía divertirse y disfrutar. Me gustó su sinceridad. Y su manera de expresarse. Y su cuerpo. Y su forma de mirarme... Tanto que cuando noté que me iba subiendo la temperatura me tiré al agua. Él me siguió y disfrutamos de un largo baño refrescante bajo las estrellas. Cuando salimos del agua me dirigí a la ducha para quitarme el olor a cloro. Él también. Pero no se esperó a que yo terminase, sino que compartimos unas risas y un poco de agua dulce antes de secarnos. Se sujetó la toalla a la cintura y se quitó el bañador.

De subida a casa, todavía mojados, me pareció muy sexy imaginarme su cuerpo bajo aquella toalla que cubría su piel desnuda y húmeda. Y volví a notar mis pezones duros. Sólo que esta vez él estaba delante y se dio cuenta. Cuando llegamos a mi planta y se abrió la puerta, él apoyó un brazo en el espejo y me acorraló en una esquina del ascensor. Yo notaba su respiración agitada. Y él la mía. No hizo nada. No dijo nada. Nos quedamos así unos segundos. Se cerró la puerta, acortó la escasa distancia que nos separaba y me besó. Fue un beso largo, húmedo, con un leve roce de su lengua contra la mía. Me quedé sin palabras, y él sin toalla. Bajé la mirada y vi su sexo erecto, apuntando hacia mí. Lo cogí con una mano y lo acaricié. Con la otra le empujé suavemente para apoyarle contra el ascensor. Fue como pedirle permiso para arrodillarme y que me dejase saborear la turgente carne que tenía entre mis manos. Me lo concedió mordiéndose lascivamente el labio y cerrando los ojos.

Mi lengua traviesa rozaba delicadamente la punta, subiendo y bajando lentamente, lamiendo y chupando cada centímetro de piel, lubricándola con mi saliva para que mis labios pudieran deslizarse suavemente hacia abajo, acentuando la presión un poco más en cada movimiento, aumentando el ritmo en cada recorrido de mi excursión lingual. Jugaba con ella, lamiendo, succionando, dejándola resbalar en mi boca, penetrando mi garganta, notando como crecía, dura, húmeda. Iba alternando mi lengua con leves caricias de mi mano, atenuando la presión de mis labios para disminuir su excitación y prolongar su placer, notando cómo la turgencia iba variando en los cortos intervalos de tiempo en los que yo marcaba el ritmo. Con la otra mano le acariciaba el torso, los muslos, el culo, la entrepierna. Tras unos minutos de caricias suaves y vaivenes intensos de mis labios, apretó sus manos en mi cabeza y liberó toda la excitación acumulada derramando su deseo con pequeños espasmos dentro de mi boca.

Lamí golosamente mis labios y me levanté. Volví a pulsar el botón para abrir la puerta y despedirme. Pero me cogió con una mano por la muñeca y con la otra por la cintura, acercándome a él “¿Adónde vas?” me preguntó subiendo su mano por mi espalda hasta mi nuca para besarme. Después se dejó deslizar hasta el suelo y se sentó sobre su toalla arrastrándome hacia él, sentándome sobre su regazo. A medida que nuestros besos y caricias iban tomando forma, también lo hacía su sexo, adquiriendo poco a poco la turgencia de hace unos minutos, haciendo presión para intentar acomodarse en el calor y la humedad del mío. Me levanté para quitar mi bikini y pulsé el botón haciendo que el ascensor quedase bloqueado en esa planta para poder disfrutar tranquilamente de esta excitante y, seguramente, irrepetible situación.

Cuando volví a sentarme sobre él, su sexo erecto de nuevo ya estaba esperándome entre sus manos, grande, palpitante, ansioso por complacerme. Me dejé caer lentamente, sujetándome en la barra de apoyo bajo el espejo del ascensor, sentándome en cuclillas sobre él. El asirme a la barra me permitió ir subiendo y bajando suavemente sin ningún esfuerzo, moviéndome a mi voluntad rápida o lentamente según sus ojos y sus gemidos me indicaban. Permití que los dedos de sus manos, aferradas a mi culo, exploraran a libre albedrío, consiguiendo encontrar un camino alternativo. Segundos después un orgasmo electrizante aflojó mis piernas haciéndome caer sobre él, que se clavó aún más en mí provocando que su cuerpo se tensase unos segundos y liberase de nuevo su excitación.

Permanecimos así unos segundos. Al incorporarnos cogió su toalla y limpió delicadamente mi entrepierna. Después me miró y susurró “¿Mañana a la misma hora?”

En ese instante oí de nuevo un chasquido. Abrí los ojos y me encontré sentada en los escalones del porche. El cansancio me había vencido y no pude evitar reirme al comprobar que mi traviesa y lasciva imaginación me la había vuelto a jugar al ver entrar al vecino. Cuando abrió la puerta del vestíbulo me incorporé de un salto y le dije:

- Espera, yo también subo…

domingo, 18 de abril de 2010

JuegoS bajo el ManteL

Aquella noche decidimos cenar en un restaurante. Cogimos un taxi para evitar conducir ninguno de los dos, pues tras la cata de vinos de esa tarde ambos estábamos bastante chisposos. (Durante el trayecto recordé la última vez que salimos a cenar fuera de casa. Fue el día que estrenamos el mobiliario nuevo; nos sentamos a comer desnudos, para ver a través del cristal transparente de la mesa cómo nos íbamos poniendo a tono, tocándonos mutuamente entre plato y plato, así que, tras unos minutos de tocamientos, nos calentamos y se nos ocurrió la brillante idea de practicar sexo sobre ella. Pero el cristal no aguantó nuestro ímpetu y acabó resquebrajándose. Aunque esa es otra historia…)

Cuando llegamos al restaurante sólo había dos mesas ocupadas. Le pedí al camarero que nos acomodase en un rincón discreto, pues al recordar en el taxi la historia de la mesa se me ocurrió que tal vez podríamos disfrutar de una cena subida de tono. Tras leer el menú de la carta y elegir lo que quería, me levanté disimuladamente el vestido bajo el mantel que cubría la mesa y me quité las braguitas, mientras él seguía leyendo indeciso por no saber qué iba a elegir para cenar. Acerqué mi mano a su rodilla y la fui subiendo por su entrepierna hasta llegar al bolsillo de su pantalón, para guardar allí el tanga. Al ponerlo dentro noté la abultada sorpresa de su erección bajo la ropa.

Me guiñó un ojo al tiempo que metía su mano en el bolsillo, para comprobar qué era lo que había puesto yo dentro. Esbozó una sonrisa maliciosa y se cercioró de lo que era deslizando su mano bajo mi falda para tocar mi sexo desnudo. Y su mano se quedó un rato allí, en el calor húmedo de mi entrepierna. Estuvo jugando con sus dedos traviesos y hábiles como a mí me gustaba, despacio y casi sin rozarme, mientras el camarero nos abría la botella de vino que habíamos elegido, ajeno a lo que ocurría bajo el mantel.

En pocos minutos sus dedos habían conseguido ponerme a mil, y sin poder quitarme de la cabeza la erección que acababa de tocar, coloqué mi mano sobre su sexo y se lo acaricié a través de la ropa. Apartados como estábamos de miradas indiscretas, desabroché su cinturón, abrí la cremallera del pantalón y al meter mi mano dentro noté su ropa interior mojada. Bajé un poco la cintura de su slip para acariciar la punta de su sexo que asomaba desafiante, y no pude evitar dejar caer un cubierto al suelo con la excusa de recogerlo y meterme bajo la mesa, para saborear un segundo el exquisito manjar que tenía entre sus piernas. Fueron unos segundos deliciosos en los que dejé resbalar mi lengua lamiendo aquella piel babeante y caliente.

Volví a sentarme en mi silla relamiendo mis labios con lascivia. Eso le calentó aún más. Dejó escapar un suspiro, se abrochó el pantalón y se levantó para ir al aseo, disimulando como pudo su excitación. Tras escasos minutos de ausencia sonó mi teléfono móvil. Era él, invitándome a ir a hacerle compañía al aseo y acabar lo que mi lengua empezó bajo la mesa. Pero quería hacerle sufrir un poco y me limité a decirle lo que le haría si estuviese allí, arrodillada frente a su erección, sujetando su sexo erecto con una mano, acercándolo a mi lengua para lamerlo, dejándole que penetrase mi boca, complaciéndole hasta que su excitación fluyese por mi garganta... Poco a poco su voz se fue entrecortando hasta que dejó escapar un gemido de placer. Colgó el teléfono y un instante después volvió a la mesa con cara de satisfacción, se acercó a mi oído y me susurró:

- Has sido un niña mala, ahora voy a tener que castigarte…

Metió una mano en el bolsillo de su chaqueta y sacó una cajita. La abrió y sacó una pequeña bola de la que colgaba un cordoncillo con una anilla en el extremo. La dejó sobre el mantel, junto a mi plato, para que yo la viese. Y sonrió maliciosamente. La cogió de nuevo, metió su mano bajo la mesa y separando mis piernas introdujo el juguete en mi sexo mojado. Volvió a abrir la cajita y sacó lo que parecía ser un pequeño mando a distancia. De pronto noté un agradable cosquilleo cuando la bola comenzó a vibrar. Sonreí, pues ya sabía lo que me esperaba. Durante la cena estuvo jugando a su antojo con la intensidad de la vibración, bajándola cuando mi respiración se agitaba y subiéndola cuando mis gemidos ahogados se espaciaban.

Para los postres ya había conseguido hacerme tener dos orgasmos, pero el juego sólo acababa de empezar y la noche prometía…

martes, 9 de marzo de 2010

yo un 6, tú un 9

Habíamos estado hablando por teléfono esa mañana. Una conversación sin alusiones calientes al hecho de que llegábamos a ese punto en el que las frases ya tenían doble significado para intuir lo que no decíamos, ese punto en el que las palabras se derretían antes de ser pronunciadas, ese punto en el que oir su voz hacía humedecer cada rincón de mi cuerpo... Había ganas de sexo. Y muchas.

Tras colgar, dejé el teléfono, sin voz, dentro de un cajón para evitar la tentación de llamarle y de responder si llamaba. Pero no podía evitar, de vez en cuando, mirarlo para comprobar que, transcurrido el día, él no daba el paso… Cogí un libro para distraerme, y leía pero no sé qué leía porque mi mente estaba en otro sitio, entre sus piernas, bajo su pantalón, en esa zona que tantas veces he deseado tocar y saborear.

Ya es media tarde. Me levanto del sofá, voy a la habitación. No, ahí no, pues sucumbiría a la autocomplacencia de tocarme pensando en él. Vuelvo al sofá, no sin antes echar una ojeada al cajón para comprobar con sorpresa una llamada no respondida.

Mi corazón da un vuelco, mi estómago se encoge, mi respiración se corta, mi mente se nubla por un momento… Y me asalta la duda de responder o no. Estoy ansiosa, impaciente, caliente. Le llamo, me responde. En cuarenta minutos viene. Nervios.

En la ducha, el calor de mi cuerpo no me deja notar la calidez del agua caliente que cae sobre mi piel. Decido no vestirme todavía, sólo me pongo un culotte, imaginando que él me lo quitará bajándolo lentamente mientras me pide que me toque para él.

Aún faltan veinticinco minutos. No puedo esperar más. Imaginarme sus caricias ha hecho subir aún más mi temperatura, y empiezo yo sola… Noto la ropa del culotte mojada entre mis piernas, sólo de pensar en él. Con un escalofrío, mi mano se desliza bajo esa ropa mojada, impregnándose de mi humedad, rozándome suavemente. Con la otra mano acaricio mi piel, erizada por el frío y el calor que me recorre a la vez. Mis dedos entran y salen tímidos, temiendo hacer su recorrido demasiado bien y hacerme llegar al final antes de tiempo.

Oigo pasos subir por la escalera. Suena el timbre. Es él. Me levanto de un salto para abrir la puerta, sin pensar que estoy aún en ropa interior, con el pelo revuelto, con olor a sexo en mi mano…

Me escondo tras la puerta y le hago a pasar.

- ¿llego demasiado pronto?… ¿o es que has empezado sin mí?…

Mis mejillas arden, no sé si de vergüenza o de deseo. No me da tiempo a contestar, mi mano me delata. Él la coge y poniéndola sobre sus labios, me lame los dedos mientras camina de espalda hacia la habitación arrastrando de mí.

- …puedes seguir con lo que estabas haciendo, yo te miro mientras voy quitando mi ropa…

Me tumbo sobre la cama. Él me mira, yo me toco. Yo le miro, él se desnuda. Se tumba a mi lado y aparta la mano de mi entrepierna para dejar caer suavemente la suya. Y continúa lo que yo empecé sóla hace rato, llevándome casi al borde del orgasmo.

- espera… todavía no…

Se queda tumbado y me hace poner sobre él, acoplando nuestros cuerpos cómo un símbolo yin-yang. Yo con su sexo en mi boca, él con el mío sobre la suya.

Por fin podía deleitarme con su sabor, con sus caricias, con sus manos apretando mi nalgas, con su lengua lentamente lamiendo, dibujando círculos casi sin rozarme, con sus dedos explorando, entrando y saliendo, dándome un intenso placer, por delante, por detrás… De vez en cuando él paraba para gemir y recobrar el aliento cuando yo aceleraba el ritmo de mi boca sobre la piel caliente de su sexo. Mis labios se deslizaban arriba y abajo, haciéndolo desaparecer en mi garganta. Mis manos acariciaban sus muslos y su entrepierna, y después su sexo otra vez, acompañando el paseo de mis labios y mi lengua, mientras en mi mente retenía esa imagen para que después me acompañe en las noches solitarias…

He llegado al éxtasis con su sexo en mi boca, palpitante, notando segundos después sobre mi lengua cómo sus espasmos empujaban su placer caliente, espeso, hacia mi garganta, escapándose a borbotones por la comisura de mis labios, resbalando de mi boca todavía jadeante, incapaz de retenerlo dentro de ella.

Me he tumbado a su lado y me he agarrado a sus piernas que aún se estremecían de su orgasmo.

Tras recuperar el aliento, una mirada suya ha bastado para encender la chispa otra vez. Las bocas se han buscado, las manos han acariciado, los cuerpos se han acoplado, los sexos se han encontrado, y se han penetrado. Ahora él arriba, yo abajo. Ahora yo encima, él debajo.

Después de parar unos segundos para poder alargar el placer unos minutos más, me he quedado frente a él dándole la espalda, apoyada sobre mis rodillas y mis codos, invitándole a encontrar un camino alternativo entre la humedad de mis fluidos. Se ha incorporado y, tras preparar el camino dulcemente, se ha colocado detrás de mí y ha iniciado el recorrido de la sodomía muy despacio, con ternura. Ha ido aumentando el ritmo muy lento, cada vez un poco más rápido, cada vez un poco más adentro. Con sus manos se aferraba a mi cintura, ó acariciaba mi espalda, ó tocaba mi sexo. Con cada movimiento suyo, una descarga subía y bajaba por toda mi columna, acompañada de un extraño placer que se transformó después en un intenso orgasmo que provocó el suyo también, dejando fluir su excitación dentro de mí.

Y así pasamos la tarde, conociendo nuestros cuerpos, explorando nuestros deseos, llenando la habitación de sexo caliente, intenso, sensual, lascivo, dejando las paredes impregnadas de nuestro jadeos, de nuestro placer…

jueves, 10 de diciembre de 2009

ChocolatE

Cuando pienso en él, mi libidinosa mente rebosa deseos inconfesables, llenándose de ideas lascivas que aguardan impacientes para ser hechas realidad. Por fin me había decidido a invitarle a comer a casa. Demasiado tiempo esperando este momento. Sentada frente a él, le observo mientras apura los últimos sorbos del café. Me sonríe y me atrapa con su mirada. La idea de pasar una tarde lujuriosa con él me seduce más que el plan de ir juntos al cine, y no puedo quitármela de la cabeza. Se hace tarde, así que me levanto para meterme en la ducha, en un intento por despejar mi mente y disipar el calor que recorre mi cuerpo. Pero bajo las finas y cálidas gotas de agua, lejos de olvidarme de él, me encendía aún más imaginándonos en tórridas escenas repletas de sensualidad.

Con el rumor del agua cayendo oía la música lejana del comedor. Sonaba Damien Rice y, envuelta en su melodía, pensé cuánto me gustaría que entrara en el baño, y por sorpresa se acercara sigilosamente por detrás para enjabonar mi cuerpo. De pronto noté sus manos acariciando mis pechos, deslizándose poco a poco sobre mi piel y su cuerpo apretándose contra el mío.

Me besaba el cuello dulcemente, mientras se movía detrás de mí arrastrando mis caderas tras las suyas al compás de la música, en un improvisado baile bajo el agua. Sin dejar de movernos, apoyé mis manos en la pared de la ducha y dejé que él siguiera recorriendo mi piel mojada, explorando mi cuerpo con suma delicadeza. Desee que tocara mi sexo. Y su mente leyó mi pensamiento.

Cada roce de sus dedos estremecía mi cuerpo, cada beso de sus labios erizaba mi piel. Sentía el agua caliente cayendo sobre mi espalda y notaba su erección entre mis muslos preparando el camino para complacerme. Sus manos asieron mi cintura y yo arqueé mi espalda. Después el calor de su sexo inundó el mío, y una ola de placer me recorrió de arriba abajo, transportándonos al éxtasis mientras se confundían mis jadeos con los suyos, componiendo una sinfonía de deseo y de placer.

Tras una larga y erótica ducha, nos secamos y salimos del baño. Con un cálido beso rocé sus labios, insinuándole que esto acababa de empezar, y cogiendo su mano le llevé a la habitación. Se quedó tumbado sobre las sábanas revueltas mientras me veía alejarme hacia la cocina. Puse a calentar una tableta de chocolate para fundirla y en un par de minutos volví a la habitación con un tazón lleno de excitante cacao derretido. Lo dejamos enfriar un poco mientras nosotros retomábamos el hilo donde lo habíamos dejado hacía escasos minutos en la ducha. Impregné mi dedo hundiéndolo en el chocolate y dejé caer unas gotas en sus labios. Le besé, buscando su lengua, notando el calor de su boca y la tibieza del dulce y amargo sabor del cacao.

Me incorporé, cogí el tazón y lo dejé sobre la almohada. Volví a hundir mi dedo en el chocolate y empecé a dibujar sobre su cuerpo. En el cuello, en su pecho, en sus muslos, en su sexo… La piel erizada formaba un minúsculo relieve bajo el chocolate. Y empecé a lamer, lentamente, sin apartar la mirada de la suya para ver en sus ojos el reflejo del placer. Colocó sus manos bajo la cabeza y se dejó hacer mientras yo borraba con mi lengua las extrañas formas que había dibujado sobre su piel.

Su boca entreabierta dejaba escapar un leve gemido cada vez que mis labios se aproximaban a su erección, sin tan siquiera rozarla, haciendo crecer aún más su deseo.

Lentamente me fui acercando a la base de su sexo y empecé a subir despacio con la lengua hasta la punta, dejando al descubierto poco a poco la suave y rosada piel que antes cubría el chocolate. Cada paseo de mi lengua iba acompañado de un gemido suyo. Hasta que aceleré el ritmo introduciéndola en mi boca y sus leves gemidos se fueron convirtiendo en una cadencia de jadeos. Seguí complaciéndole hasta que sus fluidos inundaron mi boca mezclándose con el sabor a chocolate que aún permanecía latente en mi paladar.

Quité el tazón de la almohada y me tumbé junto a él, que se abrazó a mi cuerpo rodeándome con brazos y piernas.

- Creo que se ha hecho tarde para el cine…

Sonriendo asentí con la cabeza. Me besó el cuello y susurró en mi oído:

- ¿te apetece que dibuje tu nombre con nata sobre tu espalda?…

Y seguimos disfrutando de una dulce y lasciva merienda hasta la hora de cenar.

domingo, 29 de noviembre de 2009

La PlayA

Una ligera brisa envolvía la tarde, anunciando la puesta de sol. Tras una larga caminata por la orilla del mar, llegamos hasta la pequeña ensenada bajo las rocas donde acababa la playa. Decidimos extender allí las toallas y sentarnos para continuar la conversación. La arena aún estaba caliente cuando nos sentamos y el soleado día había dejado una agradable temperatura en el agua, lo cual invitaba a darse un baño refrescante después del paseo que acabábamos de hacer.

Nos desnudamos y nos quedamos en ropa interior. Caminamos hacia el agua pero yo volví para dejar el sujetador junto al resto de la ropa. Cuando llegué donde rompían las olas, él ya había entrado en el agua y miraba fijamente en mis pechos cómo se endurecían los pezones a medida que avanzaba hacia donde él ya estaba esperándome. No sé si reaccionaron así por el efecto del roce del agua o por saberme observada por él. Y me pregunté si alguna parte de su cuerpo estaría también así…

No tardé mucho en comprobar que sí. Al acercarme, juntó su cuerpo al mío y me cogió por la cintura para apretarme contra él. No pude resistirme a subirme a sus caderas y con las piernas le rodeé mientras con los brazos me sujetaba a su cuello. Fue entonces cuando noté su erección bajo la ropa interior mojada que nos separaba. Las olas nos mecían en un suave vaivén que me hacía aferrarme más aún a su cuerpo. Su boca quedaba a escasos milímetros de la mía y le besé. Fue un roce de labios, un jugueteo de bocas entreabiertas, que poco a poco se fue convirtiendo en una larga serie de besos encadenados, donde las lenguas se buscaban ansiosas, hasta dejarnos sin aliento.

Me besó el cuello y sus labios descendieron hasta mis pechos buscando mis pezones para lamerlos y mordisquearlos suavemente. Primero uno, deleitándose en cada lamida, luego el otro, con sutiles mordiscos que provocaron un intenso escalofrío de placer. Volvió a besarme, dejando en mi boca ese agradable sabor a sal de agua de mar, mientras una de sus manos descendía por mi espalda para apartar mi tanga y acariciarme. Yo hice lo mismo con su slip y lo aparté para acoplarme sobre la erección que rozaba mi entrepierna, sintiendo cada centímetro de su sexo caliente avanzando dentro del mío, lentamente, mientras él me sujetaba con sus manos por las caderas para moverme a su antojo.

Pero el movimiento que provocaban las olas impedía poder disfrutar de la situación. Y propuso continuar en la arena. Estaba oscureciendo y no había nadie en la playa. Aún así, nos aseguramos de estar lejos de cualquier mirada indiscreta, nos quitamos la ropa interior y nos tumbamos sobre las toallas. Había restos de arena en ellas pero en aquel momento no nos importó. Sólo pensábamos en satisfacer el deseo que habíamos encendido dentro del agua. Se dejó caer sobre sus rodillas sentándose sobre mí, para acariciarme sin apartar su mirada de la mía. Luego recorrió mi pecho con sus labios, bajó hasta mi ombligo y siguió besando mi piel mojada hasta llegar a mi sexo. Separé las piernas para que sus labios y su lengua exploraran toda esa parte de mi cuerpo. Con sus manos apoyadas en mis caderas, su boca recorría todas aquellas formas del deseo. Mi cuerpo tiritaba de frío pero notaba mis mejillas ardiendo. Sentía el calor de su aliento, la humedad de su lengua, la calidez de sus labios. Y un gran escalofrío recorrió mi cuerpo haciéndome temblar, pero esta vez de placer.

Sus labios volvieron a ascender por mi cuerpo lentamente para llegar a mi boca y besarme de nuevo. Le eché hacia un lado y me senté sobre sus piernas para recuperar el ritmo de mi respiración. Me cogió por la cintura, apoyé mis manos en su pecho y se acopló otra vez dentro de mí. Podía ver en sus ojos cómo el placer le desbordaba, y me abandoné al vaivén de sus movimientos dejando caer mi cuerpo hacia atrás, lo justo para que sus manos pudieran alcanzar mis pechos y aferrarse a ellos. Lentamente las fue bajando hacia mis caderas y me empujó más adentro, mientras mis movimientos se fueron acelerando al compás de los suyos hasta que su cuerpo se tensó y su explosión de placer me inundó por dentro.

Me dejé caer sobre él y nos dimos cuenta de que teníamos arena hasta en las orejas. Nos pusimos a reir y nos quedamos allí tumbados hasta que oscureció totalmente. Nos dimos un baño, bajo la luz de la luna que iluminaba las olas con reflejos casi mágicos. Inevitablemente el roce de su cuerpo contra el mío dentro del agua nos volvió a encender. Me guiñó un ojo y dijo:

- ¿repetimos?…

Y bajo la discreta y atenta mirada de la luna reiniciamos otra sensual aventura arenosa…

sábado, 29 de agosto de 2009

Ese VinO tan EspeciaL

Mi cabeza daba vueltas, desvelada por las continuas historias que mi fantasía elaboraba, una tras otra, con una velocidad pasmosa, recreándose en cada detalle de las imágenes que suscitaba el recuerdo de su tacto y de su olor. Estaba tumbado a mi lado, semidesnudo, dormido plácidamente. Pero ahora yo no recordaba por qué. Cerré los ojos para intentar acariciar el sueño anhelado, pero lo único que conseguí fue traer a mi mente todos los segundos que pasamos juntos hacía tan sólo unas horas. Y entonces empecé a recordar…

Tras la cena de ayer, me invitó a tomar la última copa en el pub de siempre, pero ya era muy tarde y cuando llegamos estaba cerrado. Propuso tomarla en su casa y así aprovecharía para enseñarme su última adquisición artística.

Una vez allí, me mostró una extraña escultura metálica, amorfa, abstracta, cuyo valor artístico no supe encontrar por el precio que dijo había pagado.

Me ofreció tomar una copa de vino y acepté. Abrió una botella de Pago de los Capellanes reserva del 2001, pues él sabía que me encanta el sabor a vainilla y a coco que con cada sorbo queda en el paladar. Me llenó la copa y se sirvió otra para él. Era una noche fría y lluviosa, así que se acercó a la chimenea y preparó un poco de leña para encenderla. Poco a poco, las pequeñas lenguas anaranjadas de fuego se fueron convirtiendo en una cálida fogata. Señalando una butaca me dijo:

-Ven, acércate un poco al calor del fuego.

No hacía falta, yo ya había entrado en calor con la primera copa de vino. Degustábamos el goloso néctar tinto, mirándonos fijamente. Aún siendo amigos desde hacía varios años, esta noche inexplicablemente me turbaba con su mirada, tan silencioso y observador. Me sentía excitada y acariciada por sus ojos. Sentía deseos de abalanzarme sobre él y desnudarle frenéticamente para besar toda su piel. El calor de la chimenea, en la penumbra de la habitación solamente iluminada por el resplandor de las llamas, me encendía aún más. El ebrio efecto del vino me aturdía y calentaba mis pensamientos. Dejé la copa en el suelo y, ante su atenta mirada, inicié yo sola el extraño viaje entre dos viejos amigos que nunca se habían deseado hasta ahora…

Sin levantarme de la butaca, alcé unos centímetros la falda y me quité el tanga. Separé un poco las piernas y comencé a acariciarme con la provocativa intención de que fuese él quien continuase el recorrido por mi piel hasta encontrar el calor y la humedad de mi sexo. Pero se quedó en su butaca, mirándome mientras bajaba la bragueta y dejaba salir el deseo que ardía bajo su pantalón. Le miraba y segundos después cerraba los ojos para imaginar que mis dedos eran los suyos, paseando y explorando dentro de mí, notando como mi humedad iba empapando mis dedos. Volvía a abrir los ojos y le veía en la otra butaca frente a mí, autocomplaciéndose lentamente.

Al abrir los ojos de nuevo vi que esta vez él estaba allí, arrodillado frente a mí, con una mano sobre mi pierna, deslizándola suavemente hacia el interior del muslo, y con la otra mano acariciando su desnuda erección. No sé cuánto tiempo pasamos así hasta que me cogió por la cintura y me deslizó por la butaca hacia el suelo.

Él se quedó sentado sobre la alfombra. Yo me arrodillé frente a él y con mis labios rocé su sexo, abrí la boca y dejé escapar mi cálido aliento sobre la dura y sonrosada piel que sujetaba entre mis manos, para después regalarle mi lengua y con mi boca llenarle de placer. Le lamía despacio, sin prisa, primero con la punta de la lengua y después con la boca entera. Sus manos guiaban mi cabeza al ritmo de sus movimientos, lentos, sujetando con sus dedos mi pelo mientras él gemía casi en silencio. Su respiración entrecortada se aceleraba un poco más cada vez que mi boca subía y bajaba al compás de sus jadeos, alimentando aún más mi deseo. La piel de su sexo caliente brillaba bañada en mi saliva cada vez que salía y entraba de nuevo en mi boca. Aceleré el ritmo para deleitarle unos minutos antes de darle un respiro para incorporarme y tumbarle a él sobre la alfombra.

Abrí mi bolso y saqué un condón. Me desnudé y me senté sobre sus piernas, para desabrochar su camisa y quitarle el pantalón. Besé su piel desde el ombligo hasta el cuello, me acerqué a su boca, dibujé sus labios con mi lengua y busqué la suya para besarnos, besos húmedos, largos, lascivos. Mientras me besaba hundió un dedo en mi boca, después en mi sexo. Jugueteó unos minutos con sus dedos, haciéndome llegar al borde del orgasmo, después me alzó un poco y me acomodó sobre él, para que le sintiera dentro, caliente, duro. Me movía sin dejar de besarle, me quemaban las rodillas del roce de la alfombra, me quemaban los labios del roce de su boca, me quemaba por dentro del roce de su sexo…

Y me abandoné, sólo veía sus ojos mirándome fijamente, notaba sus manos apretando mis pechos, sentía sus manos apretando mis nalgas, empujándome más adentro. Le veía estirado semidesnudo en el suelo, le oía jadeante bajo mi cuerpo… y le susurré al oído “no, no te muevas, yo me muevo por ti. Déjame llevar el ritmo, déjame sacar los más bajos instintos que hay en ti, déjame mostrarte lo que esta noche puedo hacer para ti…”

Saciamos el ansia que permanecía dormida de años atrás. Tumbados, sentados, de rodillas…Una vez. Y otra. Y otra más. Finalmente me quedé sobre su cuerpo desnudo, él se quedó dentro de mí. Abrazados, sudorosos, exhaustos ¿cuánto tiempo ha pasado desde que llegamos?

Nos habíamos quedado dormidos. Abrí los ojos, sólo un instante, para contemplar su cuerpo junto al mío, bajo una manta que no recuerdo cómo llegó hasta allí. Ya era de día, bajo la chimenea había tres preservativos anudados junto a la botella de vino vacía y del fuego sólo quedaban cenizas, pero metí mi mano bajo la manta y comprobé que su fuego aún seguía encendido. Mmm…comenzó el día igual de excitado que como lo acabó anoche. Mi cabeza ya no daba vueltas, no necesitaba fantasías, ahora recordaba porque estabamos aquí.

“Buenos días” me susurró. Sonrió mordiéndose el labio. Y vuelta a empezar…

viernes, 19 de junio de 2009

ComO en los ViejoS TiempoS...

La tarde se presentaba aburrida. El bochorno del mediodía ha dejado mi piel pegajosa. Tumbada en la toalla al borde de la piscina me remojo constantemente, pero el calor viene de dentro y no se disipa con la humedad aplicada. No hay ni una pizca de brisa que remueva el ambiente y refresque mi piel mojada. Miro mi móvil, que no ha dejado de sonar en silencio toda la mañana, y escondida entre todas las llamadas reconozco con sorpresa un número que me resulta muy familiar. Curiosa, devuelvo la llamada. Nadie contesta. Insisto de nuevo. Tampoco contesta nadie esta vez. Se me escapa una carcajada y vuelvo a llamar. Esta vez contestan. Era él. Después de tres años aún reconocía su número, tantas veces marcado y hoy borrado de mi agenda. Al oir su voz, recordé la última vez que nos vimos, cuando le despedí en el aeropuerto. Antes de marcharse, mordió mi labio después de besarnos, dejando durante varios días una pequeña herida de recuerdo.

-Hola preciosa. Me preguntaba si insistirías tres veces como en los viejos tiempos. Me preguntaba si recordarías quien soy y si te apetecería verme hoy... A mí me encantaría verte. Estoy en la ciudad.

-¿Será una visita rápida?

-Nena, demasiado tiempo deseándote…

Sus palabras llegaban con su peculiar tono lascivo y no pude evitar recordar esa mirada que tantas veces me ha hecho sucumbir a sus deseos. Y su voz, que siempre me ha trastocado, más por teléfono que en persona. Intenté en vano eludir la cita.

-Tengo bastante trabajo atrasado. ¿Lo dejamos para otro día?

-Mentirosa… dime… ¿no estarás desnuda en la piscina? Sólo de imaginarte ya tengo la sensación de que me va a explotar el pantalón.

Conocedor de su poder sobre mí, volvió a entrar en mi cabeza mientras susurraba que en media hora estaría picando al timbre de casa.

Como en los viejos tiempos, estaba nerviosa. Su presencia me alteraba y al tiempo me excitaba. Sólo treinta minutos para prepararme. Una ducha rápida y poco más.

Tras una breve conversación subida de tono, me metí en la bañera y pensé en aliviar la tensión allí mismo, y sin darme cuenta me estaba acariciando en un acto de autosatisfacción. Pero no había tiempo. Me enrollé en una toalla y fui a la habitación. Abrí el cajón “especial”, buscando esa ropa interior que tanto le gustaba. Pensé que con el calor que hacía era mejor olvidarme de las medias. Qué equivocada estaba…

Picaron al timbre. Abrí la puerta y allí estaba él. Como si fuera ayer cuando vino a despedirse hace tres años. Como si sólo hubiera transcurrido un instante. Le invité a pasar y cerré lentamente. Se acercó a mi oído para decirme cuánto me había echado de menos, al mismo tiempo que mordisqueaba mi oreja y mi cuello.

Como en los viejos tiempos, cerré los ojos esperando su beso en los labios, mientras mis manos comprobaban bajo su pantalón que una abultada sorpresa me daba la bienvenida. Gimió cuando mis dedos entraron por su bragueta y recorrieron el camino que ya sabían de memoria… y sin dejar de besarme volvió a gemir cuando, descontrolada, empecé a desnudarle.

Ya no hicieron falta más palabras. Se apartó para cogerme la mano y conducirme al sofá. El mismo sofá de nuestros juegos, retapizado, presidiendo ufano el salón. Me desnudaba despacio al tiempo que besaba mi piel. Me notaba húmeda y él lo sabía, pero quiso comprobarlo metiendo su mano bajo mi ropa interior. De reojo vió el cajón de la cómoda semiabierto, con una media colgando. Se levantó, abrió el cajón y las cogió. Balanceándolas con una mano susurró:

-Ponte las botas… como en los viejos tiempos.

Sin pensármelo dos veces, fui a buscarlas. Ya no me importaba el calor que hacía, sólo pensaba en complacerle. Quitó la poca ropa que ya me quedaba y dejé que me pusiera las medias y las botas. Me coloqué de rodillas en el sofá, de espaldas a él, como en los viejos tiempos.

Sus manos iniciaron el recorrido desde mi nuca, luego por la espalda, provocando un escalofrío estremecedor. Se desviaron un poco hacia mis pechos y continuaron bajando hasta las caderas. Noté su mano caliente colándose en mi entrepierna y su aliento sobre mi sexo. Sus dedos exploraban, acompañados de su lengua. Su dedo pulgar se separó e inició su aventura por detrás. Su lengua lamía, arriba y abajo. Volví a gemir al compás de sus dedos cada vez que se hundían en mi interior un poco más.

Cuánto tiempo esperando este reencuentro. Sabía lo que venía ahora cuando su otra mano dejó de acariciar mi espalda. A los pocos segundos estampó una delicada palmada en mis nalgas. Mientras su pulgar intentaba abrirse paso, cada movimiento de sus dedos era acompañado de un cariñoso azote.

Gemía y me movía al son que él marcaba, de nuevo... Levanté mi cabeza y girándome le dije:

-Demasiado tiempo echándote de menos…

Cogió el lubricante que ya había dejado yo en la mesita anexa y vertió un poco sobre mi espalda. Notaba el espeso líquido resbalando lentamente por mi piel. Me cogió por la cintura, bajó un poco mis caderas y extendió el lubricante suavemente. Volvió a insistir con su pulgar unos minutos más...

Se acabó de desnudar y, sin moverme de la postura que estaba, se acercó por detrás...y allí se quedó. Detrás. Donde más le gustaba estar.

Al final la tarde no ha resultado tan tediosa como parecía. Y hemos vuelto a manchar el sofá. Como en los viejos tiempos...