jueves, 10 de diciembre de 2009

ChocolatE

Cuando pienso en él, mi libidinosa mente rebosa deseos inconfesables, llenándose de ideas lascivas que aguardan impacientes para ser hechas realidad. Por fin me había decidido a invitarle a comer a casa. Demasiado tiempo esperando este momento. Sentada frente a él, le observo mientras apura los últimos sorbos del café. Me sonríe y me atrapa con su mirada. La idea de pasar una tarde lujuriosa con él me seduce más que el plan de ir juntos al cine, y no puedo quitármela de la cabeza. Se hace tarde, así que me levanto para meterme en la ducha, en un intento por despejar mi mente y disipar el calor que recorre mi cuerpo. Pero bajo las finas y cálidas gotas de agua, lejos de olvidarme de él, me encendía aún más imaginándonos en tórridas escenas repletas de sensualidad.

Con el rumor del agua cayendo oía la música lejana del comedor. Sonaba Damien Rice y, envuelta en su melodía, pensé cuánto me gustaría que entrara en el baño, y por sorpresa se acercara sigilosamente por detrás para enjabonar mi cuerpo. De pronto noté sus manos acariciando mis pechos, deslizándose poco a poco sobre mi piel y su cuerpo apretándose contra el mío.

Me besaba el cuello dulcemente, mientras se movía detrás de mí arrastrando mis caderas tras las suyas al compás de la música, en un improvisado baile bajo el agua. Sin dejar de movernos, apoyé mis manos en la pared de la ducha y dejé que él siguiera recorriendo mi piel mojada, explorando mi cuerpo con suma delicadeza. Desee que tocara mi sexo. Y su mente leyó mi pensamiento.

Cada roce de sus dedos estremecía mi cuerpo, cada beso de sus labios erizaba mi piel. Sentía el agua caliente cayendo sobre mi espalda y notaba su erección entre mis muslos preparando el camino para complacerme. Sus manos asieron mi cintura y yo arqueé mi espalda. Después el calor de su sexo inundó el mío, y una ola de placer me recorrió de arriba abajo, transportándonos al éxtasis mientras se confundían mis jadeos con los suyos, componiendo una sinfonía de deseo y de placer.

Tras una larga y erótica ducha, nos secamos y salimos del baño. Con un cálido beso rocé sus labios, insinuándole que esto acababa de empezar, y cogiendo su mano le llevé a la habitación. Se quedó tumbado sobre las sábanas revueltas mientras me veía alejarme hacia la cocina. Puse a calentar una tableta de chocolate para fundirla y en un par de minutos volví a la habitación con un tazón lleno de excitante cacao derretido. Lo dejamos enfriar un poco mientras nosotros retomábamos el hilo donde lo habíamos dejado hacía escasos minutos en la ducha. Impregné mi dedo hundiéndolo en el chocolate y dejé caer unas gotas en sus labios. Le besé, buscando su lengua, notando el calor de su boca y la tibieza del dulce y amargo sabor del cacao.

Me incorporé, cogí el tazón y lo dejé sobre la almohada. Volví a hundir mi dedo en el chocolate y empecé a dibujar sobre su cuerpo. En el cuello, en su pecho, en sus muslos, en su sexo… La piel erizada formaba un minúsculo relieve bajo el chocolate. Y empecé a lamer, lentamente, sin apartar la mirada de la suya para ver en sus ojos el reflejo del placer. Colocó sus manos bajo la cabeza y se dejó hacer mientras yo borraba con mi lengua las extrañas formas que había dibujado sobre su piel.

Su boca entreabierta dejaba escapar un leve gemido cada vez que mis labios se aproximaban a su erección, sin tan siquiera rozarla, haciendo crecer aún más su deseo.

Lentamente me fui acercando a la base de su sexo y empecé a subir despacio con la lengua hasta la punta, dejando al descubierto poco a poco la suave y rosada piel que antes cubría el chocolate. Cada paseo de mi lengua iba acompañado de un gemido suyo. Hasta que aceleré el ritmo introduciéndola en mi boca y sus leves gemidos se fueron convirtiendo en una cadencia de jadeos. Seguí complaciéndole hasta que sus fluidos inundaron mi boca mezclándose con el sabor a chocolate que aún permanecía latente en mi paladar.

Quité el tazón de la almohada y me tumbé junto a él, que se abrazó a mi cuerpo rodeándome con brazos y piernas.

- Creo que se ha hecho tarde para el cine…

Sonriendo asentí con la cabeza. Me besó el cuello y susurró en mi oído:

- ¿te apetece que dibuje tu nombre con nata sobre tu espalda?…

Y seguimos disfrutando de una dulce y lasciva merienda hasta la hora de cenar.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Es muy erótica la sutileza con la que te expresas.
Realmente me encantaría conocer en persona esa sensualidad que desbordas...

Besos húmedos.