martes, 10 de junio de 2008

GrandeS EsperanzaS (II)

-parte II-                                   (ver parte I)

Ha transcurrido toda la semana en un soplo, como un chasquido de dedos. No hemos vuelto vernos desde la mañana del martes, pero he pasado estos días pensando en ti, en tus ojos, en tus manos, recordando el contacto electrizante de tus dedos en los míos. Y he pensado “¿por qué no?”

Ya es media tarde, me marcho a casa. Entre dudas pienso ¿te llamo ahora? ¿te llamo más tarde? ¿cuándo te llamo? Al final decido enviarte un mensaje al número de teléfono que anotaste. Tardas en responder una eternidad, aunque en realidad sólo han sido unos minutos. No te respondo al mensaje todavía, indecisa y desconcertada. Entonces el teléfono suena en mi mano, vibra mientras la pantalla se ilumina intermitentemente mostrando tu nombre, con un insistente parpadeo. Me sudan las manos, se me resbala el teléfono pero lo cojo al vuelo antes de que toque el suelo. Trago saliva, cierro los ojos y respondo “Hola”. Y a partir de esas palabras todo fue rodado…

Me he dado un baño, relajante y caliente; me he vestido y perfumado para ti. He salido de casa y he subido al coche. He conducido hasta tu casa, la he encontrado en seguida. Aún no ha anochecido del todo, y desde tu ático se ve todo el horizonte iluminado, y el mar al fondo. La brisa trae el sonido del ajetreo del puerto, y una mezcla de músicas en la lejanía. En esta terraza me siento como en casa. Esta noche hace calor, las nubes han tapado durante todo el día el cielo, atrapando olores, sonidos, sopor, calor, humedad, quedándose todo flotando en el ambiente nocturno.

“Ven, acércate aquí” me dices tumbada en la hamaca. Llevas una camisola blanca, dejando entrever la redondez de tus pechos a través del escote, transparentado la sombra de tus pezones, pero no acierto a intuir si llevas o no ropa interior. Vas descalza y con el cabello recogido. Me tumbo en la hamaca contigua, me descalzo yo también y dejo mi vaso en el suelo. Tu mascota (un labrador precioso) se acerca curioso a husmear, metiendo su hocico en mi mano y olisqueando el vaso vacío que acabo de dejar. Se aleja satisfecho al comprobar que soy de fiar. De tu salón salen las notas de la canción “Angel” de Massive Attack. Me encanta que hayas escogido esta música para mí. Me incorporo y me siento, para poder tocar tu piel. Ya es noche cerrada, y aunque hay luna llena las nubes la tapan. Las velas estratégicas que has encendido muestran sombras sugerentes sobre el suelo y la pared. Me arrodillo a tu lado, sobre uno de los cojines de la hamaca, y dejo caer mi mano sobre tu rodilla. La humedad del ambiente evita que mi mano se deslice suavemente, y mi torpeza nos hace reir. Eso rompe un poco la tensión a mi alrededor. Y me dejo llevar. Y te dejas hacer.

Consciente de la situación que mi roce ha desencadenado, elijo el momento propicio para besarte, justo cuando sueltas la horquilla que sujetaba tu pelo. Pero tú ya lo esperabas porque me has recibido con la boca entreabierta, ofreciendome tu lengua. Este contacto me estremece y me entrego al deseo que sale a borbotones por todos los poros de mi piel. La tuya me sabe a miel. Me sujetas la cabeza con tus manos, para cerciorarte de que no voy a escapar. Mis brazos bajan tímidamente por tu espalda y se colocan rodeando tus pechos. Noto la turgencia entre mis manos, tus pezones desafiantes correteando entre mis dedos. Sin dejar de besarme, suena un gemido ahogado en tu boca. Y mi pulso se acelera, mientras mis pensamientos se debaten entre lo convencional y lo desconocido. Ahora puedo comprobar que tú ya lo sabías porque no llevas ropa interior.

Los movimientos se suceden con fluidez, entre besos y más besos, lenguas dentro y fuera, roces de dedos como serpientes, ropa que desaparece, gemidos convertidos en tímidos jadeos, de pie, de rodillas, sentadas, tumbadas… y por fin la máxima expresión de la energía canalizada en un orgasmo casi dual.

Tras recuperar el aliento me preguntas sonriendo “¿te apetece comer algo”. Y casi sin poder hablar te respondo “¿en qué estás pensando?”. Y guiñándome un ojo me extiendes la mano y me llevas adentro. 

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