martes, 27 de enero de 2009

LluviA AfrutadA (I)



-parte I-                                                            (ver parte II)


Observo el sol de media tarde cómo ilumina los tejados, proyectando su reflejo en los cristales de las ventanas con un color anaranjado encendido, inundando de color las calles y transformando el blanco de las fachadas de las casas en un tono de suave salmón.

Me gusta pasear a esta hora por las estrechas callejuelas desiertas, donde el silencio sólo queda interrumpido por el sonido lejano de las cigarras en su incomprensible diálogo. Mis pies no me llevan a ninguna parte, simplemente me dejo llevar, buscando la ubicación del caño de agua que suena más fuerte con cada paso que doy. Al llegar a la esquina, una diminuta fuente asoma tímida de la fachada de una casa, arrojando un escuálido chorro de agua a través de un gigantesco caño. Hace frío pero me apetece mojar mi cara y dejar que el gélido viento la seque. Un escalofrío me estremece, recordándome los que tú provocaste ayer al rozar tus labios sobre mi piel.

Me tumbo bajo una higuera solitaria, dejando que el tenue sol caliente mi cara mojada. El olor de la hierba salpicada por la humedad de la tarde se mezcla con el aroma de menta que crece al pie de este árbol. Cierro los ojos y me dejo llevar, imaginando que estás aquí, junto a mí, acariciando mi pelo, enroscando mechones entre tus dedos, hasta que me vence el cansancio y me duermo soñando contigo:

Me traslado a la lluviosa tarde de ayer. El sol intentaba asomar tímidamente entre las nubes, en una pugna con ellas en las que se iban alternando claros y sombras, por el efecto de la luz tenue de los rayos que éstas dejaban escapar. Subí a la zona de restaurantes y me acerqué al que tenía vistas al exterior. Me apetecía sentarme en una mesa junto a la ventana para absorber un poco de luz solar, pues hacía ya una semana que la lluvia no daba tregua alguna al sol. Al observar detenidamente la concurrencia del local te veo saludándome desde la barra. Me alegro de encontrar una cara conocida y me acerco hasta ti. Las últimas veces que hemos coincidido, has estado rehuyendo mi mirada, reavivando la tensión sexual reprimida y olvidada, en ese lugar donde se guardan las fantasías y los sueños prohibidos. Tú suponías que tus esquivas miradas lograrían adormecer la bestia que se aproximaba, irremediablemente, hacia nosotros dos. Pero en la penumbra de la tarde nublada su sombra acechaba, buscando sus nuevas presas: hoy, tú y yo.

Me acerco a saludarte; tu brazo se adueña de mi cintura y tu mano se acomoda allí. “¿Qué te apetece comer?” preguntas mirándome fijamente (ahora sí) a los ojos, como si tu pregunta esperase encontrar la respuesta que tenía encerrada en mi boca. Me aproximo a tu oído y te susurro: “A ti”

Tú, al oírlo, aprietas tu mano en mi cadera en señal de aprobación. Me libero de ti lentamente y me dirijo a la puerta para bajar al aparcamiento. Mientras me alejo, me siento acariciada por tus ojos; noto tu mirada recorriéndome, intentando colarse bajo mi ropa, penetrando hasta mi alma.

Cuando llego a la rampa mecánica me giro y veo que tú sales en ese momento del restaurante; has dejado tu aperitivo intacto sobre la barra. Al bajar a la última planta vuelvo a girar mi cabeza para mirar de reojo y asegurarme que sigues detrás de mí. Alcanzo mi coche y me quedo allí, apoyada en la puerta del copiloto. Veo cómo te acercas lentamente, sonriéndome, hasta que te quedas frente a mí. Pones tus manos en mis caderas, dejándome atrapada entre tu cuerpo y mi coche. Me besas, y por un momento nos olvidamos del lugar, del riesgo, del mundo entero…

Levantas mi vestido y pasas tus manos suavemente por mis muslos, muy despacio. Un escalofrío recorre mi cuerpo, de arriba a abajo, de dentro a afuera. Tu mano derecha huye del cobijo de mi falda y se esconde tímidamente en mi nuca, bajo mi pelo. Tu mano izquierda, valiente, se aventura y se adentra bajo mi ropa interior, como una serpiente sigilosa invadiendo una madriguera. Tus dedos se pasean por mi sexo delicadamente, arriba y abajo, casi sin rozarme.

Intensos y dulces minutos. Vuelves a colocar mi vestido en su sitio y me coges de la mano. Me llevas a través del parking en busca de tu coche. Buscas la llave en tu chaqueta y desde el bolsillo accionas el mando; los cuatro intermitentes se encienden al tiempo que nos acercamos. Abres la puerta trasera, me invitas a entrar y subes tú también. Mientras me quito la chaqueta, dejas la llave en el contacto para que suene la música. De los altavoces fluyen las notas de Air; bajas un poco el volumen y te sientas a mi lado. Me acercas hasta ti y me acomodas sobre tus piernas.

Y comienza el viaje.

2 comentarios:

drLove dijo...

...impaciente por seguir leyendo...

helga(AlterEgo) dijo...

...no pares ahora por favor...