martes, 27 de enero de 2009

LluviA AfrutadA (II)



-parte II-                                                    (ver parte I)


Sentada de lado, sobre ti, apoyo mi espalda en la puerta del coche y te observo sonriendo dulcemente, mientras bajas muy despacio la cremallera de mis botas. Las quitas y las dejas caer en el asiento delantero. Tus dos manos envuelven mi pie derecho y suben lentamente por mi pierna a través de la media, llegas hasta el ombligo dibujando un círculo alrededor y bajas por la otra pierna. A medida que tus manos se deslizan hacia abajo, arrastran tras de sí la media, dejando la piel y el vello erizado, que responde a tu contacto como si miles de burbujas me hicieran cosquillas al querer escapar de mi interior hacia la superficie de mi piel.

Sigues acariciándome, apartando la tela que se interpone entre los dos. Despacio. Cada beso, cada caricia, me envuelve en una niebla erótica que se deshace en gotas de deseo, sumergiéndome en la laguna de mis fluidos hasta dejarme sin aire. Y acabas lo que empezaste hace unos minutos cuando estábamos de pie junto a mi coche.

Casi sin recobrar el aliento me incorporo, y me paseo por tu cuello con mi boca, mientras desabrocho tu camisa lentamente. Tras cada botón que abre su puerta, un beso se instala sobre la piel que escondía. Con la camisa abierta, deslizo mis manos por tu cintura para acariciar tu espalda y sacar la camisa que aún queda atrapada en tu pantalón. Sin dejar de tocarte y de besarte, retorno al punto de partida y desabrocho tu cinturón, y la cremallera del pantalón, tan despacio que tiemblas al rozar tu erección con mi mano.

Me ayudas a quitarte los zapatos; después tu pantalón junto con los calcetines. Me dejo deslizar con cuidado entre tus piernas para quedarme en el suelo. Mis labios resbalan desde tu ombligo hacia abajo, más abajo… Acaricio tus muslos con mis dedos, dibujando figuras de jinetes imaginarios que desean subir sobre el corcel desbocado que se estremece bajo tu ropa interior. Finalmente le abro la puerta y le ayudo a salir, besándolo dulcemente, con besos cortos y delicados primero, y con besos largos y húmedos después.

Te degusto como si fueras un delicioso manjar, lo meto en mi boca lentamente, jugueteo con mi lengua, bajo y subo mis labios haciéndolo desaparecer en mi garganta, una y otra vez, hasta que tu respiración jadea y me ofreces tu pasión contenida, cual poción mágica para calmar la sed. Con mi lengua te lamo dulcemente entre sacudidas de placer.

Me vuelvo a sentar sobre ti y nos quedamos así, en silencio, mirándonos, acariciándonos, besándonos. Sujetas mi cara dulcemente entre tus manos; dibujas la comisura de mis labios con tus dedos y preguntas: “¿qué puedo hacer por ti?”. Giro mi cara un poco para besar tu mano y te respondo: “de momento invitarme a comer. Después ya te diré”

Nos vestimos dentro de tu coche y me llevas a buscar el mío. Te sigo. Me invitas a comer en tu casa; llegamos y aparco dos calles más abajo. Ha empezado a llover otra vez. En el trayecto nos devoramos a besos bajo la lluvia, parándonos cada tres metros para saborearnos con ansia. Subimos, abres la puerta de entrada y la cierras apoyándome en ella. Me secas la cara con tus manos y me dices “quítate esta ropa mojada y espérame en el sofá”. Te marchas a la cocina. Yo obedezco y te espero, observando cómo troceas unas piezas de fruta mientras voy desnudándome frente a ti. Miras de reojo y sonríes. “Vamos preciosa” y me arrastras de la mano hasta el sofá. Me tumbas y vas colocando estratégicamente trozos de fruta sobre mi cuerpo desnudo. Está fría y mi piel se eriza. Coges una uva y la pones en mi boca; la sujeto con los dientes y los hundo en ella lentamente hasta que estalla en mi boca derramando su jugo, que resbala por mis labios. Te acercas y me quitas la uva, besándome, cediéndome a cambio tu lengua, a modo de préstamo temporal hasta que una jugosa fresa la sustituye. Mientras la como, tú haces lo mismo con los pedazos que hay repartidos en mi cuerpo. Cada trozo que desaparece es sustituido con mimo por un mordisqueo sutil. De vez en cuando depositas en mi boca alguna porción más de fruta mientras tu boca prosigue su improvisada excursión sobre mí. Separas lentamente mis piernas para bucear en mi intimidad. Nadas con tus dedos primero, y con tu lengua húmeda y caliente después. Luego te acoplas sobre mí y te meces con cadencia, en un vaivén acompasado, una y otra vez.

Dos bocas unidas, convirtiendo las lenguas en ávidas exploradoras de cada centímetro de piel. Nuestras manos descubriéndonos lentamente, dejando al desnudo la más absoluta intimidad. Piel contra piel, boca contra boca, avanzando tímidamente en el camino del placer, de besos húmedos y de besos calientes, tú sobre mí y yo sobre ti, mientras la noche corre deprisa a buscar la luz del día.

Amanece en la ventana y la magia continúa en el ambiente. Piernas entrelazadas y tu cuerpo tras de mí. El primer sonido del día, tu voz. La primera visión del día, tus ojos. Tu boca me besa el cuello, la mía busca la tuya. Tal vez sea la última vez… Hay ocasiones en la vida en las que se nos ofrece situaciones impredecibles, que pasan deprisa pero que nunca se olvidan.

Quizá no vuelva a verte, quizá no vuelvas a verme, quizá esto no cambie nada el rumbo de nuestras vidas, pero en el interior de cada uno de los suspiros que salgan de mi boca se escapará algo de ti…

2 comentarios:

drLove dijo...

ahogar con un gemido el sonido de una lengua que resbala por la piel…
levantar la vista y encontrar esa mirada lasciva clavada…
gotas de deseo que resbalan por la espalda mientras el tiempo se para...

No existe el tiempo. Si es compartido…nunca se acaba.

helga(AlterEgo) dijo...

como le decía hoy a un amigo:
...hay palabras que alimentan la sensualidad y la nutren de erotismo. Y para mí, ahí empieza el juego de seducir y ser seducid@…

;)