jueves, 4 de diciembre de 2008

El GuardiáN del MaR (I)





Hemos sido los primeros en llegar, todavía falta más de media hora para la reserva de la mesa. Casualmente, los dos hemos pensado llegar un poco antes para ver la puesta de sol sobre el mar. Paseamos en silencio, uno al lado del otro, sin mirarnos, yo pensando en ti, y tú, ahora lo sé, pensando en mí. Te detienes ante el murete con la intención de sentarte, indicándome con los ojos que me acerque a tu lado. Con la mano sacudes un poco la superficie de la piedra del muro para quitar restos de arena antes de sentarnos. Hoy el mar está bravo y el sonido de las olas al romper se amplifica entre las rocas. El sol está ya muy bajo, y por suerte no hay nubes en el horizonte que nos impida ver el ocaso. El cielo ha pasado de azul a magenta, luego a rosa y finalmente a naranja, transformando el horizonte vespertino sobre el perfil de las rocas en una preciosa postal. Con la mirada en el infinito, te susurro que me encanta el mar cuando el sol va desapareciendo poco a poco, invitando a las olas a engalanarse de espuma para bailar al son de una bella melodía y dar la bienvenida a la luna. Suspiras, y con tus dedos acaricias mi mano que está junto a la tuya. A veces pienso cuando te miro que eres mi guardián del mar, de mi mar, que cuida cada movimiento de las olas para que por las noches hablen para mí, envolviendo mi mente y llenándola de historias que quedaron perdidas entre sus aguas y el tiempo… Compruebas el reloj y me dices que ya es casi la hora. Nos levantamos y hacemos el camino inverso, también en silencio. Dos coches se detienen junto a nosotros, es el resto del grupo que ya se dirige hacia el restaurante. Nos recogen y llegamos en pocos minutos. Allí nos acomodan en una gran mesa y tú eliges sentarte frente a mí. Después de cenar nos repartimos en los coches y yo cojo el mío, por si decides venir conmigo. Pero no sabías que iba a cogerlo, así que te quedas en el que ya habías subido. Conducimos hasta el puerto y nos quedamos allí, en una fiesta particular de unos conocidos del anfitrión. Sobre las tres de la madrugada ya empiezo a acusar el cansancio, y comienzo a despedirme de todos. El último tú. Ante mi sorpresa, hacía rato que estabas esperando a que me marchase para aprovechar la ocasión y pedirme que te acerque a casa.

Durante el trayecto volvemos a pasar por el lugar donde hace unas horas estábamos sentados. Me preguntas si me apetece parar un momento, y te digo que sí. Pero no nos quedamos allí, sino que bajamos hasta la playa desierta. Nos sentamos entre las barcas varadas en la arena y, recostándote de lado con la cabeza apoyada sobre tu mano, comienzas a hablar. Me preguntas si sabía que hoy es la noche propicia para ver la lluvia de estrellas de verano conocida como Las Perseidas o Lágrimas de San Lorenzo. Sí lo sabía, pero me encanta escuchar tu voz así que te dejo continuar. Prosigues diciendo que este año, el fenómeno coincide con fase de Luna Nueva y que la ausencia de luz lunar y la máxima oscuridad favorecerán su observación. Me comentas que este evento tiene su origen en la constelación de Perseo, y me haces una breve explicación del fenómeno. Terminas diciendo que es hora de tumbarse y de observar, y que si veo alguna estrella caer puedo aprovechar para pedir un deseo. Nos echamos boca arriba sobre la arena para contemplar la grandeza del firmamento, en la oscuridad de la playa. Las barcas nos arrinconan en un improvisado refugio oculto a las miradas indiscretas, con el sonido del viento acompañando la melodía de las olas. A tu lado, mi mente se evade irremediablemente hacia miles de fantasías deseosas de ser compartidas contigo.

Tu voz me susurra al oído: “Ayer soñé contigo, y conmigo…pura fantasía”. Te contesto citando una frase idónea para la ocasión: “hay que inyectarse todos los días una buena dosis de fantasía, para no morir en la realidad.” Aunque sea soñando...

Y después, tus labios acercándose a los míos lentamente. Tu boca se queda a escasos milímetros de la mía, acelerando mi pulso. Tus ojos preguntan si puedes besarme. Los míos te lo confirman cerrándose. Y en un instante tu lengua se entrelaza a la mía, mientras tu brazo pasa sobre mi cuerpo para hacerme prisionera de tu deseo. El tiempo se detuvo. No recuerdo cuánto estuvimos allí besándonos, cuántas veces tus labios rozaron mi cuello, cuántas veces tus dedos pasearon por mi cuerpo, hasta casi hacerme perder el aliento.

Tus manos me van desnudando lentamente, las mías se apartan para dejarte hacer. Tiemblo, de deseo, al sentir tu boca en mi piel. Mordisqueas mis pechos, mientras tus manos suben hasta las mías para sujetarme y someterme sutilmente a tu voluntad. Notas que me gusta, y excitado empiezas a recorrer mi cuerpo, con sumo cuidado, mientras yo me dejo llevar por esa ola de calor, que me quema y me deja a tu merced…  

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