jueves, 4 de diciembre de 2008

El GuardiáN del MaR (II)


Tecleando lentamente las letras del portátil para contestar tú ultimo mensaje, me llega el recuerdo de tu voz, de tus ojos, de tu olor... Termino de escribir la frase y lo releo todo una y otra vez, antes de tocar la tecla de envío.

Ni demasiado evidente ni demasiado sutil. Y al apretar la tecla me imagino todas esas palabras agolpadas intentando pasar a través de un minúsculo túnel, iluminado por pequeños chispazos con cada letra que lo roza. Y al llegar a su destino te ilumina la pantalla, como una bomba a punto de estallar, impaciente por dejar su carga, palabras ansiosas por cumplir su misión de ser leídas.

Apago el ordenador y me quedo un rato en la silla, con las piernas encogidas sobre el asiento y la cabeza apoyada sobre las rodillas. Pienso que ha sido un día rápido, apenas he comido pero no tengo hambre. No sé cuanto rato ha debido pasar desde que me acurruqué en la silla pero un ladeo de cabeza me indica que me había quedado dormida.

Suena el interfono de casa, con un zumbido rápido. Sólo uno. Voy lentamente hacia la puerta y pregunto quien hay. “Soy el guardián del mar”

He reconocido tu voz. Abro y dejo la puerta entornada, esperándote tras ella. Oigo tus pies descalzos deslizarse sobre cada escalón, en un sonido amortiguado por tu tarareo cantarín. Apareces por la puerta, con los zapatos en una mano y en la otra un libro. Mi libro. Y sin entrar me lees en alto la dedicatoria que escribí:

“En el diálogo que las olas tienen con las rocas escuché tu nombre. En el murmullo de la espuma que el mar deja sobre la arena reconocí tu voz. En las pisadas que quedaron hoy en la playa vi tu caminar. Y entonces supe que tú también habías estado allí. Es la huella que dejas al pasar lo que amo de ti”

Dejas tus zapatos en el suelo y empujas lentamente la puerta para descubrirme tras ella. La cierras y te quedas allí mirándome. Sin parpadear aguanto tu mirada y te regalo una tímida sonrisa. Me coges una mano y acercándote me dices “Vístete, nos vamos”.

Subimos a tu coche y nos vamos carretera arriba hasta el faro. A unos pocos metros de donde dejamos el coche hay una casa y un refugio de madera. Bajo sus cimientos, un abrupto y escarpado acantilado. Hace mucho viento y me ves tiritar. Te acercas y me rodeas con tus brazos, caminando lentamente hacia la casa. Ya me habías comentado que vivías en un sitio peculiar, pero nunca imaginé un lugar así. Entramos y enciendes la luz. Sin soltarme me conduces hasta una escalera que acaba en una puerta de color blanco. Antes de entrar coges mi cabeza entre tus manos y me besas, un beso tras otro van cayendo sobre mi boca.

Al encender la luz tras esa puerta, veo una amplia habitación, casi vacía. En el centro, una cama con un gran dosel con columnas barrocas de caoba negro y sábanas de raso rojo. Las paredes pintadas en blanco y negro, ocultando la puerta que da acceso a la estancia. Un columpio-hamaca cuelga del techo, frente a un gran espejo. En una esquina un tocador sobre el que hay un collar negro de cuero, y unas cintas de terciopelo con muñequeras para sujetar a la cama... Al lado, una nota en papel de seda blanco, doblado por la mitad, con la palabra clave para poner fin al juego en el momento en que se desee.

“Duerme conmigo esta noche” me pides mientras apartas mi pelo de la nuca para besarla. No puedo negarme, un intenso deseo recorre mi cuerpo y no quiero que acabe. Será la última vez, lo sabes, lo sé. Coges el collar y lo abrochas alrededor de mi cuello aprovechando que ya lo habías dejado al descubierto para besarlo.

Luz tenue de velas y olor a incienso de coco. Me desnudo lentamente mientras observas sentado en el suelo. Te deleitas con cada movimiento que mis manos hacen sobre mi cuerpo. Sólo me dejo un corpiño de cuero negro ajustado al talle, con una cremallera delantera para dejar al descubierto la piel a medida que avance tu juego. Sin ropa interior. Te espero tumbada sobre las sábanas de raso rojo, recostada sobre mi espalda. Te acercas para besarme y me tapas los ojos con un suave antifaz. Lo último que veo son tus ojos. Y me dejo llevar, en los brazos del placer. Suena de fondo “Roads” de Portishead.

Y empieza el juego.  

No hay comentarios: