jueves, 4 de diciembre de 2008

El GuardiáN del MaR (III)



Con los ojos tapados se agudizan mis sentidos. Oigo tus pasos alrededor de la cama. Te sientas al lado. No dices nada. Me miras, sé que me estás mirando. Te gusta observarme mientras estoy a tu merced, indefensa, callada, sumisa. Acaricias mi mano derecha y sujetando la muñeca abrochas una cinta de terciopelo alrededor. Besas la palma de la mano y la dejas caer suavemente sobre la sábana para atar la cinta al dosel. Te levantas y te oigo rodeando la cama para situarte al otro lado, pero no te sientas. Sigues callado, yo también. Me dejo llevar por los pensamientos y te imagino arrodillado en el suelo, junto a mí, mientras vas recorriendo mi brazo con tus dedos, muy despacio, hasta mi cuello, para volver a bajar cogiendo mi mano y sujetarla con otra cinta al dosel.

Mi respiración se agita, un beso en los labios me saca de mis pensamientos y me devuelve a la habitación. Noto el aliento de tu boca caliente cerca de mi piel, recorriéndola sin tocarla, desde mi cuello hasta los dedos de mis pies.

Necesito el roce de tus manos en mi cuerpo, sentir tus labios jugando en él, mientras te pido un beso que calme esta necesidad incontrolable que tengo de ti.

Me besas, mordisqueando mis labios. Mi respiración se acelera cada vez más, y eso te excita y te provoca. Huelo tu piel, oigo tus dedos deslizándose por mi cuerpo, noto tu lengua ardiendo, lamiendo, explorando… Lo haces dulce, tranquilo, suave, casi sin rozarme. Juegas con tu boca entre mis piernas, agarrando fuerte mis caderas. Mi voz resuena tímidamente en la habitación, susurrando tu nombre. Me devoras con tus labios.

Se acaba nuestro tiempo y también el juego. Te dejas caer sobre mí, y empiezo a notar tu balanceo, mientras lentamente nuestros sexos chocan insaciables. Te siento al ritmo de la música, de mis gemidos, de tu respiración jadeante, de tu sexo, de tu deseo, de mi deseo… Me destapas los ojos, para que mire los tuyos. Sabes que me gusta ver tu mirada mientras, y ver el brillo de tus pupilas, recordarte cuando no estés, para memorizar cada detalle de tu piel cuando se confunde con la mía, porque tú crees que lo que no se recuerda no existe…

Me desatas las manos y te quedas recostado a mi lado. Me incorporo y me deshago del corpiño, ofreciéndome ante tus ojos, sintiéndome frágil. Cuando me miras, mis piernas tiemblan y se estremecen. Nuestros labios se acercan, mis manos exploran, saboreo tu cuello mientras tus manos rodean mi espalda. Tu boca calma mi sed y mi cuerpo se adosa al tuyo formando uno. Siento tu sexo entre mis piernas, mi boca pegada a tu oído deja fluir mis jadeos y noto como me agarras más fuerte. Tumbado ante mí, me apodero de tu cuerpo, me acomodo en tu regazo y dejo que tu sexo me encuentre. Con mis manos te agarro y te empujo dentro, navegando juntos sobre las sábanas, entre pasiones y deseos, entre momentos de placer intensos.

Recuerdo tus palabras cuando nos conocimos. Nunca una frase se aproximó con tanta exactitud a la realidad:

“El sexo, el amor y el dolor son experiencias límite. Solamente aquél que conoce esas fronteras conoce la vida… El resto es simplemente pasar el tiempo, es repetir una misma tarea, es envejecer, es morir sin saber realmente lo que se está haciendo aquí”

Antes de dormirnos, te acaricio lentamente, recorriéndote con mis dedos para memorizarte. Con mi boca dibujo tu piel. Con mi lengua pinto tu carne. Para no olvidarte...

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